NARRATIVA DE CARLOS VILLACORTA VALLES


martes, 29 de julio de 2008

FORJAR SOCIEDAD SUPERIOR A TRAVÉS DE NUESTRAS RAÍCES

NOSOTROS PROPONEMOS UNA TAREA FUNDAMENTAL, PARA QUE PUEDAN CRISTALIZARSE CON EFECTIVIDAD LAS 4 AQUÍ PLANTEADAS: FORJAR SOCIEDAD SUPERIOR A TRAVÉS DE NUESTRAS RAÍCES.

Somos un país de muchas etnias

Perú, en el S. XXI. El historiador peruano, actualmente investigador en la Universidad Ricardo Palma, repasa la historia del Perú a partir de los sueños de esas anónimas masas indígenas que conforman, fusionadas, el Perú de nuestros días. Un tema pendiente de escribir.

Por Wilfredo Kapsoli Escudero.
Universidad Ricardo Palma.

Los rostros múltiples. La historia del Perú es la historia
de la diversidad, de los desencuentros,
de la nacionalidad en formación. (Foto: Percy Ramírez)



La base territorial de lo que hoy es el Perú ha sido históricamente ocupada por una serie de grupos humanos. Así, antiguamente estuvo integrado por una multitud de naciones y etnias. Distintas costumbres, idiomas, creencias y formas de organización social fueron, sin embargo, articulados, homogenizados por la Nación Inca. Este proceso no llegó a culminar ni cimentarse plenamente, fue bruscamente interrumpido por la conquista española. Una nueva sociedad, un nuevo mundo se impuso entonces. A pesar de los varios siglos de dominación, tampoco concluyó el proyecto hispano. Ella misma había fomentado la presencia de una cultura desconocida hasta entonces: las de las minorías étnicas y, sobre todo, los alzamientos intermitentes de liberación que culminaron con la revolución de Túpac Amaru II en 1780.

Ya en la República, con la llegada de los semiesclavos chinos, de los colonos japoneses y de los migrantes europeos el panorama de la sociedad multiétnica se acentuó. Urgidos por el trabajo o por la necesidad, estos grupos tuvieron que someterse a las condiciones materiales y espirituales de los sectores dominantes del país. Por lo común, la indiferencia, el desprecio y los prejuicios raciales cubrieron como un manto el paisaje nacional. Ni siquiera las clases oprimidas pudieron salvarse y "nuclearse" para hacer frente a lo oficial, a lo dominante. En la mayoría de los casos, el racismo fue estimulado y fomentado precisamente con este propósito de desunión. Empero, la práctica y la vida cotidiana fueron rompiendo la rigidez colonial. Poco a poco se fueron superando las diferencias idiomáticas, tolerando los cultos; aceptando e incorporando los aportes científicos y culturales por el consenso nacional. Por ello, el Perú es una nacionalidad en formación, en proceso de síntesis. Un fenómeno de este tipo implica la toma de una conciencia que históricamente se ha plasmado en varios momentos y planteamientos.

FUSIÓN

El Inca Garcilaso de la Vega fue uno de esos artífices de lo nacional. Él supo diseñar la fusión de lo hispano con lo indígena y mestizo en el contexto de un nuevo mundo llamado Perú. En el s. XVIII surge un movimiento nacional inca bajo la égida de los símbolos y dioses del imperio del Tahuantinsuyo. En esta misma época Túpac Amaru marca un nuevo hito en la conciencia nacional al llevar a la práctica la posibilidad de crear al Perú graficado por Garcilaso. Túpac Amaru protagonizó un movimiento germinal de liberación anticolonial, nacional y patriótico. Para esto, supo traducir un momento histórico, comprender su presente cargado de desigualdades, injusticias y conocer el fenómeno de la explotación como base del orden colonial. Un orden que se mantenía compulsivamente y que trataba de negar material y espiritualmente la presencia indígena. Situación que adquiría ribetes patéticos comparado con el pasado andino. Un pasado descrito por Garcilaso de la Vega en los Comentarios Reales, libro de cabecera de Túpac Amaru, con cuya lectura se alimentaba diariamente.

Peruanidad. En nuestras fronteras coinciden varias culturas.
Diversos aportes van cimentando lo peruano.



Por lo demás, el edificio colonial se mantenía con el soporte y pedestal de los indios, mestizos y negros esclavos. Con una explotación cruenta e insensible en la que la vida de los hombres no tenía importancia. La muerte era natural y necesaria si generaba la riqueza esperada ansiosamente. La mita en los obrajes, haciendas y minas concretaba y sepultaba a miles de indios. Se decían misas de defunción para aquellos que salían de sus comarcas a cumplir con estas exigencias tributarias. A su vez, los reparos que realizaban los corregidores abrumaban de deudas y de miseria a los indios. El impuesto de diezmos y primicias, cobrados bajo el manto de la religión, coronaba aquel espectro de la opresión colonial. De esta tónica compresora ni los criollos se salvaron: fueron asignados a la exacción y el marginamiento. Túpac Amaru fue testigo de todo ello. Sus constantes viajes de comercio a Potosí, su venida a Lima, en pos de su título nobiliario, "le abrieron los ojos".

Como tarea principal había que liberar al país de la opresión colonial. Hacer una guerra separatista, de ruptura. Es decir, una lucha anticolonial priorizando el problema nacional. Debía garantizarse la soberanía y la autenticidad; consolidar el espíritu peruano. En esta forja se rescataría, por igual, todo lo positivo de los españoles, criollos, mestizos, indios y negros. Sus aportes culturales, creativos, científicos debían fusionarse, cimentarse en un élan específico: lo peruano.

LA INDEPENDENCIA INCONCLUSA

En el siglo XIX los criollos dirigieron los destinos del Perú. Impusieron su poder en lo económico y cultural. La aristocracia y el gamonalismo campearon. Se intentó exterminar a los indios, inspirados en las agresiones colonialistas. La independencia quedó inconclusa.

Una crisis de la conciencia y de la unidad nacional se presentó con nitidez durante la Guerra con Chile (1879-1883). Aquello fue un episodio trágico para nuestra historia nacional. Motivada por la lógica del crecimiento y expansión del capitalismo inglés (en pos del salitre) puso en prueba el nacionalismo de los peruanos. Se trataba de tomar una actitud, de asumir una conducta frente a la invasión extranjera: se estaba con la patria o contra ella. Un nacionalismo ostentosamente proclamado por hacendados y grupos de comerciantes, empero se fue esfumando paulatinamente. El viento y los huracanes del sur se los llevaron. Cuando los intereses económicos peligraban, salió a relucir el problema de la clase; entonces izaron banderas extrañas para cobijarse, se consumaron alianzas furtivamente maquinadas y, peor aún, se erizó desembozadamente el colaboracionismo. En una palabra, se quebró el Estado. Se desmembró el bloque oligárquico que ejercía el poder. Sin embargo, hay que reconocer que hubo excepciones honrosas y conductas ejemplares. La de Dionisio Derteano, dueño de la hacienda Palo Seco y la de Leoncio Prado, quien supo mantener el fuego de su patriotismo en los campos de batalla y terminó abatido por un pelotón de fusilamiento.

En el contexto de aquel panorama sombrío, fueron un líder y una masa indiferenciada de indígenas los que cumplieron el rol protagónico. Andrés Avelino Cáceres y los hombres de campo mostraron el efluvio de la dignidad nacional. Fue una forma de entrega a la nación (aunque ella no estuviera todavía formada plenamente). Una anónima inmolación de muchedumbres indias ha quedado en el espectro del mundo andino; en el corazón y la mente de los que voltean al pasado para avizorar el futuro.

TAREAS

Actualmente para la humanidad y los peruanos la ruta del siglo XXI propone el logro de cuatro metas esenciales:

- El retorno a la Democracia como una forma de establecer la paz, la convivencia y el respeto al otro.

- La integración de la Ética en nuestra vida cotidiana y accionar público.

- El requerimiento de formar hombres Cultos que, al lado de la profesionalización, sepan orientar su destino hacia la construcción de su propia humanidad.

- La formación de una Ciudadanía Ecológica a fin de que los hombres establezcan respeto y empatía con la naturaleza, tanto en sus propios lugares de nacimiento cuanto en cualquier parte del mundo en tanto que vivimos el proceso de la globalización.

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