CAOBA "C"

NARRATIVA DE CARLOS VILLACORTA VALLES


martes, 9 de marzo de 2010

MADRE, MUJER TRIGO POSTERGADO


♣ DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER
Me van a disculpar pero este 8 de marzo Día Internacional de la Mujer, quiero rendir homenaje a mi madre ausente, para todas las mujeres, porque todas son arcillas guerreras. Desde aquí escuharé recitar este poema en todos los rincones del mundo, y, a los niños y jóvenes de las escuelas y colegios.
http://caobacii.blogspot.com/
carlos Villacorta Valles

A MI MADRE

Mi madre era caridad,
amor y solidaridad.
Mujer: arcilla guerrera.
Mujer: rumi dulce.

Pura selva. ¡Mamilluini!
Hubiéramos sido doce,
se les murió la primera
tose, tose y tose.

Era muy pobre como muchos.
A veces no tenía que servirnos,
entonces mascullaba la miseria
y repartía sus virtudes.

Mujer: trigo postergado.
Mujer: valiente muro de amor.

Era muy bonita, bonitilla
como ella sola, Doña Aguedita.

Con sus dedos la vida araba
y con sus lágrimas la regaba,
sacaba el pan como una náufraga
y sin fragua la multiplicaba.

Y más hermosa como madre.
Y más grande como “padre”.
Nunca nos abandonó.

Me enseñó la escucha y la firmeza,
duro con la lucha, tesón y entereza,
que el hambre y la pobreza,
son invento de unos pocos,
y combatido será con buenos cocos.

Sólo mashaquear e mashaquear.

El maldito cáncer, a traición
la atacó sin contemplación
y, con la muerte al instante
forcejeó desafiante.

No seré tu capricho,
un primero de noviembre moriré
y así cumplió lo dicho,
fue como ella quiso.
Chagnó la muerte.

De enero terminal que se pronunció
1º de noviembre falleció.

Para no vivir de aflicciones,
de su vida saco lecciones.
Su recuerdo es aliento, acero puro.
Mujer: valiente muro de amor.

Muy seguro con su partida
sólo nos adelantó la ida,
ley natural de la vida.
¡GLORIA ETERNA DOÑA AGUEDITA!

......................................
Regionalismo selvático:
Rumi.- Piedra
¡Mamilluini!.- Interjección de pesar y dolor.
Bonitilla.- Hermosa, guapa.
Cocos.- En la selva hace referencia al estudio y la reflexión.
Mashaquear.- Insistir.
Chagnó.- De chagnar, amarrar.

viernes, 25 de septiembre de 2009

EL CABALLERO CARMELO

Abraham Valdelomar

Un día, después del desayuno, cuando el sol empezaba a calentar, vimos aparecer, desde la reja, en el fondo de la plazoleta, un jinete en bellísimo caballo de paso, pañuelo al cuello que agitaba el viento, sanpedrano pellón de sedosa cabellera negra y henchida alforja, que picaba espuelas en dirección a casa.

Reconocímosle. Era el hermano mayor que, años corridos, volvía. Salimos atropelladamente gritando:
-¡Roberto! ¡Roberto!
Entró el viajero al empedrado patio donde el ñorbo y la campanilla enredábase en las columnas como venas en un brazo y descendió en los de todos nosotros. ¡Cómo se regocijaba mi madre! Tocábalo, acariciaba su tostada piel, encontrábalo viejo, triste, delgado. Con su ropa enpolvada aún, Roberto recorría las habitaciones rodeado de nosotros; fue a su cuarto, pasó al comedor, vio los objetos que se habían comprado durante su ausencia, y llegó al jardín:
-¿Y la higuerilla? -dijo.
Buscaba, entristecido, aquel árbol cuya semilla sembrara él mismo antes de partir. Reimos todos:
-¡Bajo la higuerilla estás!...
El árbol había crecido y se mecía armoniosamente con la brisa marina. Tocóle mi hermano, limpió cariñosamente las hojas que le rozaban la cara, y luego volvimos al comedor. Sobre la mesa estaba la alforja rebozante; sacaba él, uno a uno, los objetos que traía y los iba entregando a cada uno de nosotros. ¡Qué cosas tan ricas! ¡Por donde había viajado! Quesos frescos y blancos, envueltos por la cintura con paja de cebada, de la Quebrada de Humay; chancacas hechas con cocos, nueces, maní y almendras; frijoles colados, en sus redondas calabacitas, pintadas encima con un rectángulo del propio dulce, que indicaba la tapa, de Chincha Baja; bizcochuelos en sus cajas de papel, de yema de huevo y harina de papas, leves, esponjosas, amarillos y dulces; santitos de "piedra de Guamanga" tallados en la feria serrana; cajas de manjar blanco, tejas rellenas, y una traba de gallo con los colores blanco y rojo. Todos recibimos el obsequio, y él iba diciendo al entregárnoslo:
-Para mamá... para Rosa... para Jesús... para Héctor...
-¿Y para papá -le interrogamos, cuando teerminó:
-Nada...
-¿Cómo nada para papà?...
Sonrió el amado, llamó al sirviente y le dijo:
-¡El Carmelo!
A poco volvió éste con una jaula y sacó de ella un gallo, que, ya libre, estiró sus cansados miembros, agitó las alas y cantó estentóreamente:
-¡Cocorocóoooo!...
-Para papá! -dijo mi hermano.

Así entro en nuestra casa este amigo íntimo de nuestra infancia ya pasada, a quien acaeciera historia digna de relato; cuya memoria perdura aún en nuestro hogar como una sombra alada y triste: el Caballero Carmelo.

II

Amanecía, en Pisco, alegremente. A la agonía de las sombras nocturnas, en el frescor del alba, en el radiante despertar del día, sentíamos los pasos de mi madre en el comedor, preparando el café para papá. Marchábase éste a la oficina. Despertaba ella a la criada, chirriaba la puerta de la calle con sus mohosos goznes; oíase el canto del gallo que era contestado a intervalos por todos los de la vecindad; sentíase el ruido del mar, el frescor de la mañana, la alegría sana de la vida. Después mi madre venía a nosotros, nos hacía rezar arrodillados en la cama con nuestras blancas camisas de dormir; vestíamos luego y, al concluir nuestro tocado, se anunciaba a lo lejos la voz del panadero. Llegaba éste a la puerta y saludaba. Era un viejo dulce y bueno, y hacía muchos años, al decir de mi madre, que llegaba todos los días, a la misma hora, con el pan calientito y apetitoso, montado en su burro, detrás de los dos "capachos" de acero, repletos de toda clase de pan: hogazas, pan francés, pan de mantecado, rosquillas...
Madre escogía el que habíamos de tomar y mi hermana Jesús, lo recibía en el cesto. Marchábase el viejo, y nosotros, dejando la provisión sobre la mesa del comedor, cubierta de hule brillante, íbamos a dar de comer a los animales. Cogíamos las mazorcas de apretados dientes, las desgranábamos en un cesto y entrábamos al corral donde los animales nos rodeaban. Volaban las palomas, picoteábanse las gallinas por el grano, y entre ellas, escabullíanse los conejos. Después de su frugal comida, hacían grupo alrededor nuestro. Venía hasta nosotros la cabra, refregando su cabeza en nuestras piernas: pisaban los pollitos; tímidamente se acercaban los conejos blancos, con sus largas orejas, sus redondos ojos brillantes y su boca de niña presumida; los patitos, recién "sacados", amarillos como yema de huevo, trepaban en un panto de agua; cantaba desde su rincón, entrabado, el "Carmelo", y el pavo, siempre orgulloso, alharaquero y antipático, hacía por desdeñarnos, mientras los patos, balanceándose como dueñas gordas, hacían, por lo bajo, comentarios, sobre la actitud poco gentil del petulante.

Aquel día, mientras contemplábamos a los discretos animales, escapóse del corral "el Pelado", un pollón sin plumas, que parecía uno de aquellos jóvenes de diez y siete años, flacos y golosos. Pero "el Pelado", a más de eso, era pendenciero y escandaloso, y aquel día mientras la paz era en el corral, y los otros comían el modesto grano, él, en pos de mejores viandas, habíase encaramado en la mesa del comedor y roto varias piezas de nuestra limitada vajilla.

En el almuerzo tratóse de suprimirlo, y, cuando mi padre supo sus fechorías, dijo, pausadamente:
-Nos lo comeremos el domingo...
Defendiólo mi tercer hermano, Anfiloquio, su poseedor, suplicante y lloroso. Dijo que era un gallo que haría crias espléndidas. Agregó que desde que había llegado el ":Carmelo" todos miraban mal al "Pelado", que antes era la esperanza del corral y el único que mantenía la aristocracia de la afición y de la sangre fina.
-¿Cómo no matan -decía en su defensa del gallo- a los patos que no hacen más que ensuciar el agua, ni al cabrito que el otro día aplastó un pollo, ni al puerco que todo lo enloda y sólo sabe comer y gritar, ni a las palomas que traen la mala suerte...?
Se adujo razones. El cabrito era un bello animal, de suave piel, alegre, simpático, inquieto, cuyos cuernos apenas apuntaban; además, no estaba comprobado que hubiese muerto al pollo. El puerco mofletudo había sido criado en casa desde pequeño. Y las palomas, con sus alas de abanico, eran la nota blanca,, subíanse a la cornisa a conversar en voz baja, hacían sus nidos con amoroso cuidado y se sacaban el maíz del buche para darlos a sus polluelos.

El pobre "Pelado" estaba condenado. Mis hermanos pidieron que se le perdonase; pero las roturas eran valiosas y el infeliz sólo tenía un abogado, mi hermano y su señor, de poca influencia. Viendo ya perdida su defensa y estando la audiencia al final, pues iban a partir la sandía, inclinó la cabeza. Dos gruesas lágrimas cayeron sobre el plato, como un sacrificio, y un sollozo se ahogó en su garganta. Callamos todos. Levantóse mi madre, acercóse al muchacho, lo besó en la frente, y dijo:
-No llores; no nos lo comeremos...

III

Quien sale de Pisco, de la plazuela sin nombre, salitrosa y tranquila, vecina a la Estación y toma por la calle del Castillo, que hacia el sur se alarga, encuentra, al terminar, una plazuela pequeña, donde quemaban a Judas el Domingo de Pascua de Resurrección, desolado lugar en cuya arena verdeguean a trechos las malvas silvestres. Al lado del Poniente, en vez de casas, extiende el mar su manto verde, cuya espuma teje complicados encajes al besar la húmeda orilla,
Termina en ella el puerto, y, siguiendo hacia el sur, se va, por estrecho y arenoso camino, teniendo a diestra el mar y a la izquierda mano angostísima faja, ora fértil, ora infecunda, pero escarpada siempre, detrás de la cual, a oriente, extiéndese el desierto cuya entrada vigilan, de trecho en trecho, como centinelas, una que otra palmera desmedrada, alguna higuera nervuda y enana y los "toñuces" siempre coposos y frágiles. Ondea en el terreno "la hierba del alacrán", verde y jugosa al nacer, quebradiza en sus mejores días, y en la vejez, bermeja como sangre de buey. En el fondo del desierto, como si temieran su silenciosa aridez, las palmeras únense en pequeños grupos, tal como lo hacen los peregrinos al cruzarlo y, ante el peligro, los hombres.
Siguiendo el camino, divísase en la costa, en la borrosa y vibrante vaguedad marina, San Andrés de los Pescadores, la aldea de sencillas gentes, que eleva sus casuchas entre la rumorosa orilla y el estéril desierto. Allí, las palmeras se multiplican y las higueras dan sombra a los hogares, tan plácida y fresca, que parece que no fueran malditas del buen Dios o que su maldición hubiera caducado; que bastante castigo recibió la que sostuvo en sus ramas al traidor y todas sus flores dan frutos que al madurar revientan.

En tan peregrina aldea, de caprichoso plano, levantábase las casuchas de frágil caña y estera leve, junto a las palmeras que a la puerta vigilan; limpio y brillante, reposando en la arena blanda sus caderas amplias, duerme, a la puerta el bote pescador con sus velas plegadas, sus remos tendidos como tranquilos brazos que descansan, entre los cuales yacen con su muda y simbólica majestad, el timón grácil, la calabaza que "achica" el agua de mar afuera y las sogas retorcidas como serpientes que duermen. Cubre, piadosamente, la pequeña nave, cual blanca mantilla, la pescadora red circundada de caireles de liviano corcho.

En las horas del medio día, cuando el aire en la sombra invita al sueño, junto a la nave, teje la red el pescador abuelo: sus toscos dedos añudan el lino que ha de enredar al sorprendido pez; raspa la abuela el plateado lomo de los que la víspera trajo la nave; saltan al sol, como chispas, las escamas y el perro husmea en los despojos.
Al lado, en el corral que cercan enormes huesos de ballena, trepan los chiquillos desnudos sobre el asno pensativo, o se tuestan al sol en la orilla; mientras, bajo la ramada, el más fuerte pule un remo, la moza fresca y ágil, saca agua del pozuelo y las gaviotas alborozadas recorren la mansión humilde dando gritos extraños.

Junto al bote, duerme el hombre del mar, el fuerte mancebo, embriagado por la brisa caliente y por la tibia emanación de la arena, su dulce sueño de justo, con el pantalón corto, las musculosas pantorrillas cruzadas, y en cuyos duros pies, de redondos dedos, piérdense, como escamas, las diminutas uñas. La cara tostada por el aire y el sol, la boca entreabierta que deja pasar la respiración tranquila, y el fuerte pecho desnudo que se levanta rítmicamente, con el ritmo de la Vida, el más armonioso de Dios ha puesto sobre el mundo.

Por las calles no transitan al medio día las personas y nada turba la paz de aquella aldea, cuyos habitantes no son más numerosos que los dátiles de sus veinte palmeras. Iglesia ni cura habían, en mi tiempo, las gentes de San Andrés. Los domingos, al clarear el alba, iban al puerto, con los jumentos cargados de corvinas frescas y luego, en la capilla, cumplían con Dios. Buenas gentes, de dulces rostros, tranquilo mirar, morigeradas y sencillas, indios de la más pura cepa, descendientes remotos y ciertos de los hijos del Sol, cruzaban a pie todos los caminos; como en la edad feliz del Inca, atravesaban en caravana inmensa la costa para llegar al templo y oráculo del buen Pachacamac, con la ofrenda en la alforja, la pregunta en la memoria y la Fe en el sencillo espíritu.

Jamás riña alguna manchó sus claros anales; morales y austeros, labios de marido besaron siempre labios de esposa; y el amor, fuente inagotable de odios y maldecires, era, entre ellos, tan normal y apacible como el agua de sus pozos. De fuertes padres, nacían, sin comadronas rozagantes muchachos, en cuyos miembros la piel hacía gruesas arrugas; aires marinos henchían sus pulmones y crecían sobre la arena caldeada, bajo el sol ubérrimo, hasta que aprendían a lanzarse al mar y a manejar los botes de piquete que zozobrando en las olas, les enseñaban a domeñar la marina furia.

Maltones, musculosos, inocentes y buenos, pasaban su juventud hasta que el cura de Pisco unía a las parejas, que formaban un nuevo nido, mientras las tortugas centenarias del hogar paterno, veían desenvolverse, impasibles, las horas; filosóficas, cansadas y pesimistas, mirando con llorosos ojos desde la playa, el mar, al cual no intentaban volver nunca; y al crepúsculo de cada día, lloraban, lloraban, pero hundido el sol, metían la cabeza bajo la concha poliédrica y dejaban pasar la vida llenas de experiencia, sin Fe, lamentándose siempre el perenne mal, pero inactivas, inmóviles, infecundas, y solas...

IV

Esbelto, magro, musculoso y austero, su afilada cabeza roja era la de un hidalgo altivo, caballeroso y prudente. Agallas bermejas, delgada cresta de encendido color, ojos vivos y redondos, mirada fiera y perdonadora, acerado pico agudo. La cola hacia un arco de plumas tornasol, su cuerpo de color carmelo avanzaba en el pecho audaz y duro. Las piernas fuertes que estacas musulmanas y agudas defendían, cubiertas de escamas, parecían las de un armado caballero medioeval.

Una tarde, mi padre, después del almuerzo, nos dio la noticia. Había aceptado una apuesta para la jugada de gallos de San Andrés, el 28 de Julio. No había podido evitarlo. Le habían dicho que el "Carmelo", cuyo prestigio era mayor que el del alcalde, no era un gallo de raza. Molestóse mi padre. Cambiáronse frases y apuestas; y aceptó. Dentro de un mes toparía el "Carmelo" con el "Ajiseco" de otro aficionado, famoso gallo vencedor, como el nuestro, en muchas lides singulares. Nosotros recibimos la noticia con profundo dolor. El "Carmelo" iría a un combate y a luchar a muerte, cuerpo a cuerpo, con un gallo más fuerte y más joven. Hacía ya tres años que estaba en casa, había él envejecido mientras crecíamos nosotros ¿por qué aquella crueldad de hacerlo pelear...?

Llegó el terrible día. Todos en casa estábamos tristes. Un hombre había venido seis días seguidos a preparar el "Carmelo". A nosotros ya no nos permitían ni verlo. El día 28 de Julio, por la tarde, vino el preparador y de una caja llena de algodones, sacó una media luna de acero con unas pequeñas correas: era la navaja, la espada del soldado. El hombre la limpiaba, probándola en la uña, delante de mi padre. A los pocos minutos, en silencio, con una calma trágica sacaron al gallo que el hombre cargó en sus brazos como a un niño. Un criado llevaba la cuchilla y mis dos hermanos lo acompañaron.

-¡Qué crueldad! -dijo mi madre.
Lloraban mis hermanas, y la más pequeña, Jesús, me dijo en secreto, antes de salir:
-Oye, anda con él... cuídalo... ¡Pobrecitto!...
Llevóse la mano a los ojos, echóse a llorar y yo salí pricipitadamente y hube de correr unas cuadras para poder alcanzarlos.

Llegamos a San Andrés. El pueblo estaba de fiesta. Banderas peruanas agitábanse sobre las casas por el día de la Patria, que allí sabían celebrar con una gran jugada de gallos a los que solían ir todos los hacendados y ricos hombres del valle. En ventorrillos, a cuya entrada había arcos de sauces envueltos en colgaduras, y de los cuales pendían alegres quitasueños de cristal, vendían chicha de bonito, butifarras, pescado fresco asado en brasas y anegado en cebollones y vinagre. El pueblo los invadía parlachín y endomingado con sus mejores trajes. Los hombres de mar lucían camisetas nuevas de horizontales franjas rojas y blancas, sombreros de junco, alpargatas y pañuelos añudados al cuello.

Nos encaminamos a la "cancha". Una frondosa higuera daba acceso al circo, bajo sus ramas enarcadas. Mi padre, rodeado de algunos amigos, se instaló. Al frente estaba el juez y a su derecha el dueño del paladín "Ajiseco". Sonó una campanilla, acomodáronse las gentes y empezó la fiesta. Salieron por lugares opuestos dos hombres, llevando cada uno un gallo. Lanzáronlos al ruedo con singular ademán. Brillaron las cuchillas, miráronse los adversarios, dos gallos de débil contextura, y uno de ellos cantó. Colérico respondió el otro echándose al medio del circo; miráronse fijamente; alargaron los cuellos, erizadas las plumas, y se acometieron. Hubo ruido de alas, plumas que volaron, gritos de la muchedumbre y a los pocos segundos de jadeante lucha, cayó uno de ellos. Su cabecita afilada y roja, besó el suelo, y la voz del juez:
-¡Ha enterrado pico, señores!
Batió las alas el vencedor. Aplaudió la multitud enardecida, y ambos gallos, sangrando, fueron sacados del ruedo. La primera jornada había terminado. Ahora entraba el nuestro, el "Caballero Carmelo". Un rumor de expectación vibró en el circo.
-¡El Ajiseco y el Carmelo!
-¡Cien soles de apuesta!...
Sonó la campanilla del juez y yo empecé a temblar.

En medio de la expectación general salieron los dos hombres, cada uno con su gallo. Se hizo un profundo silencio y soltaron a los dos rivales. Nuestro carmelo al lado del otro era un gallo viejo y achacoso; todos apostaban al enemigo, como augurio de que nuestro gallo iba a morir. No faltó aficionado que anunciara el triunfo del Carmelo, pero la mayoría de las apuestas favorecía al adversario. El otro, que en verdad no parecía ser un gallo fino de distinguida sangre y alcurnia, hacía cosas tan petulantes cuan humanas; miraba con desprecio a nuestro gallo y se paseaba como dueño de la cancha. Enardeciéndose los ánimos de los adversarios, llegaron al centro y alargaron sus erizados cuellos, tocándose los picos sin perder terreno. El Ajiseco dio la primera embestida; entablóse la lucha; las gentes presenciaban en silencio la singular batalla y yo rogaba a la Virgen que sacara con bien a nuestro paladín.

Batíase él con todos los aires de un experto luchador, acostumbrado a las artes azarosas de la guerra. Cuidaba de poner las patas armadas en el enemigo pecho, jamás picaba a su adversario, —que tal cosa es cobardía— mientras que éste, bravucón y necio, todo quería hacerlo a aletazos y golpes de fuerza. Jadeantes, se detuvieron un segundo. Un hilo de sangre corría por la pierna del Carmelo. Estaba herido, mas parecía no darse cuenta de su dolor. Cruzáronse nuevas apuestas en favor del ajiseco y las gentes felicitaron ya al poseedor del menguado. En un nuevo encuentro, el Carmelo cantó, acordóse de sus tiempos y acometió con tal furia que desbarató al otro de un solo impulso. Levantóse éste y la lucha fue cruel e indecisa. Por fin, una herida grave hizo caer al Carmelo, jadeante...
-¡Bravo! ¡Bravo el Ajiseco! —gritarron sus partidarios, creyendo ganada la prueba.
-¡Todavía no ha enterrado pico, señores!<
En efecto, incorporóse el Carmelo. Su enemigo, como para humillarlo, se acercó a él, sin hacerle daño. Nació entonces en medio del dolor de la caída, todo el coraje de los gallos de "Caucato". Incorporado el Carmelo, como un soldado herido, acometió de frente y definitivo sobre su rival, con una estocada que lo dejó muerto en el sitio. Fue entonces cuando el Carmelo que se desangraba, se dejó caer, después que el ajiseco había enterrado el pico. La jugada estaba ganada y un clamoreo incesante se levantó de la cancha. Felicitaron a mi padre por el triunfo, y como esa era la jugada más interesante, se retiraron del circo, mientras resonaba un grito entusiasta: -¡Viva el carmelo!
Yo y mis hermanos lo recibimos y lo conducimos a casa, atravesando por la orilla del mar el pesado camino, y soplando aguardiente bajo las alas del triunfador que desfallecía.

V

Dos días estuvo el gallo sometido a toda clase de cuidados. Mi hermana Jesús y yo, le dábamos maíz, se lo poníamos en el pico: pero el pobrecito no podía comerlo ni incorporarse. Una gran tristeza reinaba en la casa. Aquel segundo día, después del colegio, cuando fuimos yo y mi hermana a verlo, lo encontramos tan decaído que nos hizo llorar. Le dábamos agua con nuestras manos, le acariciábamos, le poníamos en el pico rojos granos de granada. De pronto el gallo se incorporó. Caía la tarde y por la ventana del cuarto donde estaba, entró la luz sangrienta del crepúsculo. Acercóse a la ventana, miró la luz, agitó débilmente las alas de oro, enseñoreóse y cantó. Retrocedió unos pasos, inclinó el tornasolado cuello sobre el pecho, tembló, desplomóse, estiró sus débiles patitas escamosas, y mirándonos, mirándonos amoroso, expiró apaciblemente.

Echamos a llorar. Fuimos en busca de mi madre, y ya no lo vimos más. Sombría fue la comida aquella noche. Mi madre no dijo una sola palabra y bajo la luz amarillenta del lamparín, todos nos mirábamos en silencio. Al día siguiente, en el alba, en la agonía de las sombras nocturnas, no se oyó su canto alegre.

Así pasó por el mundo aquel héroe ignorado, aquel amigo tan querido de nuestra niñez: el Caballero carmelo, flor y nata de paladines, y último vástago de aquellos gallos de sangre y de raza, cuyo prestigio unánime fue el orgullo, por muchos años, de todo el verde y fecundo valle del Caucato.

sábado, 1 de agosto de 2009

II CONGRESO LATINOAMERICANO DE COMPRENSIÓN LECTORA

II CONGRESO LATINOAMERICANO DE COMPRENSIÓN LECTORA
Invitación especial de: Bertha Rojas López (rumi45@hotmail.com)

Neuquén-II Congreso Latinoamericano de Comprensión Lectora-Del 7 al 11 de Septiembre
“LEER PARA PRODUCIR MÁS CULTURA”


La ciudad de Neuquén-Argentina es Sede oficial del II Congreso Latinoamericano de Comprensión Lectora, "Jaime Cerrón Palomino", Leer para producir más cultura, por votación unánime del I Congreso llevado a cabo en la República del Perú, en Julio del 2008, organizado por su primera presidenta, la Dra. Berta López Rojas, reconocida profesional del ámbito académico de Huancayo.

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Idioma oficial del Congreso: Español

Se respetará la socialización de los trabajos en el idioma de elaboración del autor/a pero en la pantalla gigante se difundirá traducido al idioma oficial establecido (español) para interpretación de los asistentes que en su mayoría son de habla hispana.

Objetivos

En el marco de integración de los países iberoamericanos que encaran la problemática de la comprensión lectora se busca:

Contribuir al desarrollo integral y a una mejor calidad de vida en destinatarios que poseen las mínimas posibilidades en su mejoramiento humano.
Promover el aprendizaje significativo a través de leer para producir más cultura.
Incrementar y fomentar las relaciones interpersonales y la convivencia con miembros de la Comunidad Socio- Cultural- Educativa.

Velar por el placer de la lectura como fuente de aprendizaje, formación, ocio y entretenimiento.

Potenciar las capacidades de aptitud, atención, creatividad, imaginación e interpretación lectora.

Atender a demandas ante las problemáticas existentes en el desarrollo de la lectura y la escritura en las actuales y nuevas generaciones desde el ejercicio escriturario, producción de textos y la excelencia creativa, teniendo en cuenta un diagnóstico con características de similar lectura en países de habla hispana.

Presentación

En el proceso socio- cultural- educativo de este milenio algunos de los problemas que más preocupan a las autoridades íberoamericanas, según diagnósticos e investigaciones realizadas, tanto a profesores de diferentes niveles, como a promotores de lectura, bibliotecarios, directores de cultura, investigadores, animadoras de lectura, escritoras y escritores y estudiantes de la gran mayoría de los países es la comprensión lectora, la producción de textos, y el ejercicio escriturario.

Frente a estos problemas la ‘Fundación Lecturas del Sur del Mundo, Organización Latinoamericana de asistencia en las problemáticas lectoras –Argentina- y el Centro de Estudios y Promoción Cultural Jaime Cerrón Palomino –Perú- han visto conveniente organizar el II Congreso Latinoamericano de Comprensión lectora: Leer para producir más cultura, contando con el auspicio académico de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle, de Perú.

Sabedores de que la unión de voluntades junto al intercambio de saberes y conocimiento resuelven grandes dificultades en todas las esferas de la vida, se apunta a construir nuevos modelos de enseñanza y de aprendizaje para mejorar la comprensión lectora y producción de textos entre los participantes. Se piensa la actividad como parte de un proceso de desarrollo evolutivo e integral en el mejoramiento de la calidad de vida y la condición de seres humanos.

Justificación

La población latinoamericana en su mayoría tiene dificultades durante los procesos de la comprensión lectora y producción de textos porque se proponen métodos, técnicas y estrategias tradicionales que no corresponden a este tiempo de cambios vertiginosos.

La lectura y la construcción de textos son vehículos principales para el aprendizaje porque gran parte de las actividades humanas se basan en ellos; entonces surge la necesidad de que los procesos de la lectura y construcción de textos se desarrollen correctamente aplicando métodos, estrategias y alternativas adecuados.

La realización del II Congreso Latinoamericano de Comprensión lectora: leer para producir más cultura, centra su relevancia en Iberoamérica.

Se convoca a docentes de diferentes niveles, investigadores, promotores de lectura, bibliotecarios, animadores de lectura, sociólogos, antropólogos, psicólogos, directores y asesores de cultura, editores, escritores, estudiantes de los niveles superiores y otros profesionales latinoamericanos interesados en compartir saberes y conocimientos en aras de mejorar y elevar el nivel cultural de los latinoamericanos a partir de la lectura y construcción de textos.

El resultado del I Congreso Latinoamericano de Comprensión lectora: leer para producir más cultura servirá para continuar investigando entre todos los que estamos inmersos en el problema cultural reinante.

Objetivo General

Comprender los planteamientos actuales de enseñanza – aprendizaje de la comprensión lectora y producción de textos de profesionales latinoamericanos mediante la explicación metodológica de los procesos durante su aplicación para la difusión respectiva en artículos científicos con responsabilidad académica.

Objetivos Específicos

Convocar a profesionales latinoamericanos especializados en los procesos de enseñanza-aprendizaje, de lectura y producción de textos mediante diversos medios de comunicación para la presentación de sus ponencias en artículos científicos con perspectiva de producción.

Desarrollar el II Congreso Latinoamericano de Comprensión lectora: leer para producir más cultura, de manera planificada respetando los temas, horarios y secuencias consignadas en el programa.

Plantear mejores alternativas para el desarrollo de los procesos de enseñanza-aprendizaje de la comprensión lectora y producción de textos de acuerdo con las exposiciones en el evento con visión de futuro y de contexto.

Difundir las ponencias, relatos de experiencias y conclusiones por los medios de comunicación y tecnología a su alcance, respetando los planteamientos de los autores y asistentes al congreso.

Organizar la Plenaria.

Áreas Temáticas

Eje Temático: Aportar para la construcción de una teoría de la enseñanza de la comprensión lectora y la producción de textos, desde:

La Diversidad: Enseñanza y aprendizaje de la comprensión lectora y producción de textos en español y en lenguas de pueblos originarios. (Se requieren métodos, técnicas y estrategias de enseñanza y aprendizaje para el nivel preescolar, primario, secundario, superior y alfabetización familiar.

Lo Didáctico: Políticas institucionales, lineamientos curriculares, diseños, medios y materiales La Critica Evaluativa: Métodos, técnicas y estrategias de enseñanza y aprendizaje para el nivel preescolar, primario, secundario, superior, y alfabetización familiar, etc.

La Producción de Textos: Teoría: métodos, técnicas y estrategias de enseñanza del nivel preescolar, primario y secundario y superior. Práctica: En los talleres se producirán textos literarios orales y escritos en español y otras lenguas: (poemas, rimas, cuentos paralelos, cuentos, ecofábulas, mitos actuales, guiones teatrales, minificciones, relato súbito, etc.) aplicando los métodos, técnicas y estrategias de enseñanza propuestas en el nivel preescolar, primario, secundario, superior y alfabetización.

Metodología de desarrollo del II Congreso

El Congreso se llevará a cabo en cuatro sesiones a doble jornada. Cada jornada corresponderá a un área temática donde se presentarán las ponencias o las exposiciones magistrales.

La moderación estará a cargo de profesionales seleccionados por la Organización.
Habrá cuatro talleres con temas acordes a los ejes expuestos coordinados por los talleristas visitantes, docentes de las universidades asistentes y de los institutos de formación docente.

La actividad académica se ejecutará en forma simultánea durante los días propuestos.
Las noches estarán destinadas a la actividad artística y de recreación y comunicación -presentación de obras, lectura de los textos literarios producidos en los talleres, danzas típicas y actividades artísticas, entre otros.

Bases para la participación y recepción de trabajos.

Podrán participar con ponencias y relatos de experiencias todos los docentes de los diferentes niveles educativos, investigadores, promotores, diseñadores, bibliotecarios, sociólogos, antropólogos, psicólogos y estudiantes del nivel superior de pedagogía y de otras carreras afines de Latinoamérica, y directores de cultura.

Las ponencias y relatos de experiencias se encuadraran dentro de los ejes temáticos expuestos y serán inéditas o editadas en publicaciones de circulación restringida. Debajo del título del trabajo se consignará el tipo de texto: ponencia o relato de experiencia.

La autoría podrá ser individual o colectiva -en este último caso, hasta tres integrantes.

La lectura de cada uno de los trabajos tendrá un tiempo máximo de 15 minutos.

Las ponencias o relatos de experiencias no deberán ser inferiores a 5 páginas ni superiores a 7, (excluyendo la bibliografía), en tamaño A-4 y por una sola cara, escritas en letra Arial, espacio doble, en formato Word y deberán incluir en la primera página título de la ponencia, el nombre del autor y el correo electrónico de contacto. Las obras citadas y/o referencias bibliográficas, seguirán las normas estándares.

Igualmente, en un archivo de Word diferente al de la ponencia deberá enviar resumen, o abstract (máximo 250 palabras), los siguientes datos:

Nombre completo del/la/los autor/a/es.
Título de la ponencia o relato de experiencia, tipo de texto seleccionado, eje y mesa temática a que aplica, conceptos o palabras claves (mínimo 3), requerimientos técnicos para su exposición (proyectores, equipos de sonido, de video, etc.), país, universidad, cargo que desempeña e información de contacto (teléfono, dirección, Ciudad, e-mail) del autor.

Al momento de la lectura, cada ponente entregará un disquete con una copia del archivo enviado y otra copia impresa al moderador.

La organización se reserva los derechos, por el plazo de un año, para su publicación por cualquier medio, de las ponencias aceptadas y presentadas ante la Comisión Organizadora del Congreso.

Fecha Límite 30 de Mayo

La fecha límite para la recepción de trabajos es el 30 de Mayo del 2009. Su envío se hará por correo electrónico a:

ethermike22@yahoo.com.ar

fundalectsur.em.org@gmail.com

con la palabra ponencia o relato de experiencia, según corresponda.

Una vez notificada la aceptación de la ponencia, el ponente deberá confirmar su participación antes del 30 de Junio del 2009 para incluirla en el programa.

Observación

No se leerán ponencias, relatos de experiencias o textos de ficción de ausentes.

Escritores

Debido al interés suscitado por el congreso entre académicos y docentes que además son productores de textos de ficción, nos vemos obligados a indicar que todo escritor o escritora que desee hacer conocer su actividad en narrativa breve (no más de 2 páginas a espacio y medio) o poesía (no más de dos poemas breves) deberá informarlo antes de la fecha de recepción de los trabajos, es decir antes del 30 de Mayo del 2009.

Como parte de su declaración enviará una ficha personal o su currículum vitae resumido (media página A4 a espacio y medio), juntamente con una selección de la producción que desea leer en Mesas de Lectura (mínimo de 2 textos y máximo de 3).

La inscripción y envío del material seleccionado se deberá registrar en el correo electrónico antes mencionado. Los textos a leer se enviarán en formato Word, con nombre y apellido del autor. Cada escritor o escritora que se anote para las mesas de lectura dispondrá de 4 minutos para la lectura de su producción.

Para ser incluido como lectora o lector en mesas de lectura el escritor o escritora deberá haber abonado su inscripción como tal.

Inscripciones

La actividad contempla un cobro de inscripción que otorgará derecho a participar de todas las actividades académicas, culturales y a obtener credencial, certificado, membresía y programas.

Aranceles de inscripción:

Argentinos

Asistentes $ 100 (al 30-5-09) – $ 130 (al 30-7-09)
Ponentes $ 150 (al 30-5-09) - $ 180 (al 30-7-09)

Extranjeros

Asistentes US$ 100
Ponentes US$ 120

Público en general, oyentes: participación libre y gratuita.

Escritores Argentinos y extranjeros: Si no estuvieran inscriptos como ponentes, abonan la misma inscripción que la estipulada para ponentes en cada caso.

Depósitos

Nº de cuenta Caja de Ahorro 6553- Banco Provincia del Neuquén, sucursal Centenario. DNI Nº 18.628.270. (E.U.V)

Para la inscripción será necesario llenar el formulario publicado en la página Web del II Congreso y enviarlo al correo electrónico con la palabra Inscripción en la línea de asunto.

Certificación

Los certificados que acrediten la participación como ponente, relator/a de experiencias, escritor/a o asistente, se entregarán el día de la Clausura.

Destinatarios

El II Congreso Latinoamericano de Comprensión Lectora: Leer, para producir más cultura, está dirigido a la sociedad en su conjunto, especialmente a los docentes de los diferentes niveles educativos, investigadores, escritores, promotores de lectura, editores, promotores culturales, agentes literarios, diseñadores, bibliotecarios, sociólogos, antropólogos, psicólogos, directores de Cultura, periodistas y a estudiantes del nivel superior de pedagogía u otras carreras afines de América Latina, los cuales podrán participar en calidad de ponentes o asistentes. También está dirigido al público general, particularmente a personas que tengan interés en el tema.

Número de Asistentes Esperados

Se espera la asistencia de un centenar de personas entre docentes, investigadores, de países vecinos comprometidos con su voto unánime como: Cuba, Brasil, Perú, Colombia, Paraguay, Uruguay, Chile, Venezuela, Ecuador, México, Bolivia, España.

Por otra parte, se estima en doscientas personas la participación proveniente de educadores y profesionales de provincias argentinas, promotores de lectura, bibliotecarios, diseñadores, escritores, críticos, trabajadores de la cultura, comunicadores y estudiantes de las diferentes universidades e institutos de formación docente.

Agencia aérea oficial

Eny Tour- (Buenos Aires) Reservas Congreso Patagonia: Email: enytour@enytour.com TE: 0054- 011- 46111400

Leer sobre el I CONNGRESO: http://lecturaproductiva2008.blogspot.com/2008_08_01_archive.html

domingo, 26 de julio de 2009

LA AGONÍA DEL RASU ÑITI DE JOSÉ MARÍA ARGUEDAS

José María Arguedas
( 1911 - 1969 )

La agonía del Rasu-Ñiti

Estaba tendido en el suelo, sobre una cama de pellejos. Un cuero de vaca colgaba de uno de los maderos del techo. Por la única ventana que tenía la habitación, cerca del mojinete, entraba la luz grande del sol; daba contra el cuero y su sombra caía a un lado de la cama del bailarín. La otra sombra, la del resto de la habitación, era uniforme. No podía afirmarse que fuera oscuridad; era posible distinguir las ollas, los sacos de papas, los copos de lana; los cuyes, cuando salían algo espantados de sus huecos y exploraban en el silencio. La habitación era ancha para ser vivienda de un indio.

Tenía una troje. Un altillo que ocupaba no todo el espacio de la pieza, sino un ángulo. Una escalera de palo de lambras servía para subir a la troje. La luz del sol alumbraba fuerte. Podía verse cómo varias hormigas negras subían sobre la corteza del lambras que aún exhalaba perfume.

—El corazón está listo. El mundo avisa. Estoy oyendo la cascada de Saño. ¡Estoy listo! Dijo el dansak’ “Rasu-Ñiti”1 .

Se levantó y pudo llegar hasta la petaca de cuero en que guardaba su traje de dansak’ y sus tijeras de acero. Se puso el guante en la mano derecha y empezó a tocar las tijeras.

Los pájaros que se espulgaban tranquilos sobre el árbol de molle, en el pequeño corral de la casa, se sobresaltaron.

La mujer del bailarín y sus dos hijas que desgranaban maíz en el corredor, dudaron.

— Madre ¿has oído? ¿Es mi padre, o sale ese canto de dentro de la montaña? —preguntó la mayor.
—¡Es tu padre! —dijo la mujer.

Porque las tijeras sonaron más vivamente, en golpes menudos.

Corrieron las tres mujeres a la puerta de la habitación.

“Rasu-Ñiti” se estaba vistiendo. Sí. Se estaba poniendo la chaqueta ornada de espejos.

— ¡Esposo! ¿Te despides? — preguntó la mujer, respetuosamente, desde el umbral. Las dos hijas lo contemplaron temblorosas.
—El corazón avisa, mujer. Llamen al “Lurucha” y a don Pascual. ¡Qué vayan ellas!

Corrieron las dos muchachas.

La mujer se acercó al marido.

—Bueno. ¡Wamani2 está hablando! —dijo él— Tú no puedes oír. Me habla directo al pecho. Agárrame el cuerpo. Voy a ponerme el pantalón. ¿Adónde está el sol? Ya habrá pasado mucho el centro del cielo.
—Ha pasado. Está entrando aquí. ¡Ahí está!
Sobre el fuego del sol, en el piso de la habitación, caminaban unas moscas negras.
—Tardará aún la chiririnka3 que viene un poco antes de la muerte. Cuando llegue aquí no vamos a oírla aunque zumbe con toda su fuerza, porque voy a estar bailando.

Se puso el pantalón de terciopelo, apoyándose en la escalera y en los hombros de su mujer. Se calzó las zapatillas. Se puso el tapabala y la montera. El tapabala estaba adornado con hilos de oro. Sobre las inmensas faldas de la montera, entre cintas labradas, brillaban espejos en forma de estrella. Hacia atrás, sobre la espalda del bailarín, caía desde el sombrero una rama de cintas de varios colores.

La mujer se inclinó ante el dansak’. Le abrazó los pies. ¡Estaba ya vestido con todas sus insignias! Un pañuelo blanco le cubría parte de la frente. La seda azul de su chaqueta, los espejos, la tela roja del pantalón, ardían bajo el angosto rayo de sol que fulguraba en la sombra del tugurio que era la casa del indio Pedro Huancayre, el gran dansak’ “Rasu-Ñiti”, cuya presencia se esperaba, casi se temía, y era luz de las fiestas de centenares de pueblos.

—¿Estás viendo al Wamani sobre mi cabeza? —preguntó el bailarín a su mujer.

Ella levantó la cabeza.

—Está —dijo—. Está tranquilo.
—¿De qué color es?
—Gris. La mancha blanca de su espalda está ardiendo.
—Así es. Voy a despedirme. ¡Anda tú a bajar los tipis de maíz del corredor! ¡Anda!

La mujer obedeció. En el corredor de los maderos del techo, colgaban racimos de maíz de colores. Ni la nieve, ni la tierra blanca de los caminos, ni la arena del río, ni el vuelo feliz de las parvadas de palomas en las cosechas, ni el corazón de un becerro que juega, tenían la apariencia, la lozanía, la gloria de esos racimos. La mujer los fue bajando, rápida pero ceremonialmente.

Se oía ya, no tan lejos, el tumulto de la gente que venía a la casa del bailarín.

Llegaron las dos muchachas. Una de ellas había tropezado en el campo y le salía sangre de un dedo del pie. Despejaron el corredor. Fueron a ver después al padre.

Ya tenía el pañuelo rojo en la mano izquierda. Su rostro enmarcado por el pañuelo blanco, casi salido del cuerpo, resaltaba, porque todo el traje de color y luces y la gran montera lo rodeaban, se diluían para alumbrarlo; su rostro cetrino, no pálido, cetrino duro, casi no tenía expresión. Sólo sus ojos aparecían hundidos como en un mundo, entre los colores del traje y la rigidez de los músculos.

—¿Ves al Wamani en la cabeza de tu padre? —preguntó la mujer a la mayor de sus hijas.

Las tres lo contemplaron, quietas.

—No —dijo la mayor.
—No tienes fuerza aún para verlo. Está tranquilo, oyendo todos los cielos; sentado sobre la cabeza de tu padre. La muerte le hace oir todo. Lo que tú has padecido; lo que has bailado; lo que más vas a sufrir.
—¿Oye el galope del caballo del patrón?
—Sí oye —contestó el bailarín, a pesar de que la muchacha había pronunciado las palabras en voz bajísima—. ¡Sí oye! También lo que las patas de ese caballo han matado. La porquería que ha salpicado sobre ti. Oye también el crecimiento de nuestro dios que va a tragar los ojos de ese caballo. Del patrón no. ¡Sin el caballo él es sólo excremento de borrego!

Empezó a tocar las tijeras de acero. Bajo la sombra de la habitación la fina voz del acero era profunda.

—El Wamani me avisa. ¡Ya vienen! —dijo.
—¿Oyes, hija? Las tijeras no son manejadas por los dedos de tu padre. El Wamani las hace chocar. Tu padre sólo está obedeciendo.

Son hojas de acero sueltas. Las engarza el dansak’ por los ojos, en sus dedos y las hace chocar. Cada bailarín puede producir en sus manos con ese instrumento una música leve, como de agua pequeña, hasta fuego: depende del ritmo, de la orquesta y del “espíritu” que protege al dansak’.

Bailan solos o en competencia. Las proezas que realizan y el hervor de su sangre durante las figuras de la danza dependen de quién está asentado en su cabeza y su corazón, mientras él baila o levanta y lanza barretas con los dientes, se atraviesa las carnes con leznas o camina en el aire por una cuerda tendida desde la cima de un árbol a la torre del pueblo.

Yo vi al gran padre “Untu”, trajeado de negro y rojo, cubierto de espejos, danzar sobre una soga movediza en el cielo, tocando sus tijeras. El canto del acero se oía más fuerte que la voz del violín y del arpa que tocaban a mi lado, junto a mí. Fue en la madrugada. El padre “Untu” aparecía negro bajo la luz incierta y tierna; su figura se mecía contra la sombra de la gran montaña. La voz de sus tijeras nos rendía, iba del cielo al mundo, a los ojos y al latido de los millares de indios y mestizos que lo veíamos avanzar desde el inmenso eucalipto de la torre. Su viaje duró acaso un siglo. Llegó a la ventana de la torre cuando el sol encendía la cal y el sillar blanco con que estaban hechos los arcos. Danzó un instante junto a las campanas. Bajó luego. Desde dentro de la torre se oía el canto de sus tijeras; el bailarín iría buscando a tientas las gradas en el lóbrego túnel. Ya no volverá a cantar el mundo en esa forma, todo constreñido, fulgurando en dos hojas de acero. Las palomas y otros pájaros que dormían en el gran eucalipto, recuerdo que cantaron mientras el padre “Untu” se balanceaba en el aire. Cantaron pequeñitos, jubilosamente, pero junto a la voz del acero y a la figura del dansak’ sus gorjeos eran como una filigrana apenas perceptible, como cuando el hombre reina y el bello universo solamente, parece, lo orna, le da el jugo vivo a su señor.

El genio de un dansak’ depende de quién vive en él: ¿el “espíritu” de una montaña (Wamani); de un precipicio cuyo silencio es transparente; de una cueva de la que salen toros de oro y “condenados” en andas de fuego? O la cascada de un río que se precipita de todo lo alto de una cordillera; o quizás sólo un pájaro, o un insecto volador que conoce el sentido de abismos, árboles, hormigas y el secreto de lo nocturno; alguno de esos pájaros “malditos” o “extraños”, el hakakllo, el chusek, o el San Jorge, negro insecto de alas rojas que devora tarántulas.

“Rasu-Ñiti” era hijo de un Wamani grande, de una montaña con nieve eterna. Él, a esa hora, le había enviado ya su “espíritu”: un cóndor gris cuya espalda blanca estaba vibrando.

Llegó “Lurucha”, el arpista del dansak’, tocando; le seguía don Pascual, el violinista. Pero el “Lurucha” comandaba siempre el dúo. Con su uña de acero hacía estallar las cuerdas de alambre y las de tripa, o las hacía gemir sangre en los pasos tristes que tienen también las danzas.

Tras de los músicos marchaba un joven: “Atok’ sayku”4, el discípulo de “Rasu-Ñiti”. También se había vestido. Pero no tocaba las tijeras; caminaba con la cabeza gacha. ¿Un dansak’ que llora? Sí, pero lloraba para adentro. Todos lo notaban.

“Rasu-Ñiti” vivía en un caserío de no más de veinte familias. Los pueblos grandes estaban a pocas leguas. Tras de los músicos venía un pequeño grupo de gente.

—¿Ves “Lurucha” al Wamani?— preguntó el dansak’ desde la habitación.
—Sí, lo veo. Es cierto. Es tu hora.
—¡“Atok’ sayku”! ¿Lo ves?

El muchacho se paró en el umbral y contempló la cabeza del dansak’.

—Aletea no más. No lo veo bien, padre.
—¿Aletea?
—Sí, maestro.
—Está bien. “Atok’ sayku” joven.
— Ya siento el cuchillo en el corazón. ¡Toca! —le dijo al arpista.

“Lurucha” tocó el jaykuy (entrada) y cambió enseguida al sisi nina (fuego hormiga), otro paso de la danza.

“Rasu-Ñiti” bailó, tambaleándose un poco. El pequeño público entró en la habitación. Los músicos y el discípulo se cuadraron contra el rayo de sol. “Rasu-Ñiti” ocupó el suelo donde la franja de sol era más baja. Le quemaban las piernas. Bailó sin hervor, casi tranquilo, el jaykuy; en el “sisi nina” sus pies se avivaron.

—¡El Wamani está aleteando grande; está aleteando! —dijo “Atok’ sayku”, mirando la cabeza del bailarín.

Danzaba ya con brío. La sombra del cuarto empezó a hen-chirse como de una cargazón de viento; el dansak’ renacía. Pero su cara, enmarcada por el pañuelo blanco, estaba más rígida, dura; sin embargo, con la mano izquierda agitaba el pañuelo rojo, como si fuera un trozo de carne que luchara. Su montera se mecía con todos sus espejos; en nada se percibía mejor el ritmo de la danza. “Lurucha” había pegado el rostro al arco del arpa. ¿De dónde bajaba o brotaba esa música? No era sólo de las cuerdas y de la madera.

—¡Ya! ¡Estoy llegando! ¡Estoy por llegar! —dijo con voz fuerte el bailarín, pero la última sílaba salió como traposa, como de la boca de un loro.

Se le paralizó una pierna

—¡Está el Wamani! ¡Tranquilo! —exclamó la mujer del dansak’ porque sintió que su hija menor temblaba.

El arpista cambió la danza al tono de Waqtay (la lucha). “Rasu-Ñiti” hizo sonar más alto las tijeras. Las elevó en dirección del rayo de sol que se iba alzando. Quedó clavado en el sitio; pero con el rostro aún más rígido y los ojos más hundidos, pudo dar una vuelta sobre su pierna viva. Entonces sus ojos dejaron de ser indiferentes; porque antes miraba como en abstracto, sin precisar a nadie. Ahora se fijaron en su hija mayor, casi con júbilo.

—El dios está creciendo. ¡Matará al caballo! —dijo.

Le faltaba ya saliva. Su lengua se movía como revolcándose en polvo.

—¡“Lurucha”! ¡Patrón! ¡Hijo! El Wamani me dice que eres de maíz blanco. De mi pecho sale tu tonada. De mi cabeza.

Y cayó al suelo. Sentado. No dejó de tocar las tijeras. La otra pierna se le había paralizado.

Con la mano izquierda sacudía el pañuelo rojo, como un pendón de chichería en los meses de viento.

“Lurucha”, que no parecía mirar al bailarín, empezó el yawar mayu (río de sangre), paso final que en todas las danzas de indios existe.

El pequeño público permaneció quieto. No se oían ruidos en el corral ni en los campos más lejanos. ¿Las gallinas y los cuyes sabían lo que pasaba, lo que significaba esa despedida?

La hija mayor del bailarín salió al corredor, despacio. Trajo en sus brazos uno de los grandes racimos de mazorcas de maíz de colores. Lo depositó en el suelo. Un cuy se atrevió también a salir de su hueco. Era macho, de pelo encrespado; con sus ojos rojísimos revisó un instante a los hombres y saltó a otro hueco. Silbó antes de entrar.

“Rasu-Ñiti” vio a la pequeña bestia. ¿Por qué tomó más impulso para seguir el ritmo lento, como el arrastrarse de un gran río turbio, del yawar mayu éste que tocaban “Lurucha” y don Pascual? “Lurucha” aquietó el endiablado ritmo de este paso de la danza. Era el yawar mayu, pero lento, hondísimo; sí, con la figura de esos ríos inmensos, cargados con las primeras lluvias; ríos, de las proximidades de la selva que marchan también lentos, bajo el sol pesado en que resaltan todos los polvos y lodos, los animales muertos y árboles que arrastran, indeteniblemente. Y estos ríos van entre montañas bajas, oscuras de árboles. No como los ríos de la sierra que se lanzan a saltos, entre la gran luz; ningún bosque los mancha y las rocas de los abismos les dan silencio.

“Rasu-Ñiti” seguía con la cabeza y las tijeras este ritmo denso. Pero el brazo con que batía el pañuelo empezó a doblarse; murió. Cayó sin control, hasta tocar la tierra.

Entonces “Rasu-Ñiti” se echó de espaldas.

—¡El Wamani aletea sobre su frente! —dijo “Atok’ sayku”.
—Ya nadie más que él lo mira —dijo entre sí la esposa—. Yo ya no lo veo.

“Lurucha” avivó el ritmo del yawar mayu. Parecía que tocaban campanas graves. El arpista no se esmeraba en recorrer con su uña de metal las cuerdas de alambre; tocaba las más extensas y gruesas. Las cuerdas de tripa. Pudo oírse entonces el canto del violín más claramente.

A la hija menor le atacó el ansia de cantar algo. Estaba agitada, pero como los demás, en actitud solemne. Quiso cantar porque vio que los dedos de su padre que aún tocaban las tijeras iban agotándose, que iban también a helarse. Y el rayo de sol se había retirado casi hasta el techo. El padre tocaba las tijeras revolcándolas un poco en la sombra fuerte que había en el suelo.

“Atok’ sayku” se separó un pequeñísimo espacio, de los músicos. La esposa del bailarín se adelantó un medio paso de la fila que formaba con sus hijas. Los otros indios estaban mudos; permanecieron más rígidos. ¿Qué iba a suceder luego? No les habían ordenado que salieran afuera.

—¡El Wamani está ya sobre el corazón! —exclamó “Atok’ sayku”, mirando.

“Rasu-Ñiti” dejó caer las tijeras. Pero siguió moviendo la cabeza y los ojos.

El arpista cambió de ritmo, tocó el illapa vivon (el borde del rayo). Todo en las cuerdas de alambre, a ritmo de cascada. El violín no lo pudo seguir. Don Pascual adoptó la misma actitud rígida del pequeño público, con el arco y el violín colgándole de las manos.

“Rasu-Ñiti” movió los ojos; la córnea, la parte blanca, parecía ser la más viva, la más lúcida. No causaba espanto. La hija menor seguía atacada por el ansia de cantar, como solía hacerlo junto al río grande, entre el olor de flores de retama que crecen a ambas orillas. Pero ahora el ansia que sentía por cantar, aunque igual en violencia, era de otro sentido. ¡Pero igual en violencia!

Duró largo, mucho tiempo, el “illapa vivon”. “Lurucha” cambiaba la melodía a cada instante, pero no el ritmo. Y ahora sí miraba al maestro. La danzante llama que brotaba de las cuerdas de alambre de su arpa, seguía como sombra el movimiento cada vez más extraviado de los ojos del dansak’; pero lo seguía. Es que “Lurucha” estaba hecho de maíz blanco, según el mensaje del Wamani. El ojo del bailarín moribundo, el arpa y las manos del músico funcionaban juntos; esa música hizo detenerse a las hormigas negras que ahora marchaban de perfil al sol, en la ventana. El mundo a veces guarda un silencio cuyo sentido sólo alguien percibe. Esta vez era por el arpa del maestro que había acompañado al gran dansak’ toda la vida, en cien pueblos, bajo miles de piedras y de toldos.
“Rasu-Ñiti” cerró los ojos. Grande se veía su cuerpo. La montera le alumbraba con sus espejos.

“Atok’ sayku” salió junto al cadáver. Se elevó ahí mismo, danzando; tocó las tijeras que brillaban. Sus pies volaban. Todos estaban mirando. “Lurucha” tocó el lucero kanchi (alumbrar de la estrella), del wallpa wak’ay (canto del gallo) con que empezaban las competencias de los dansak’, a la media noche.

—¡El Wamani aquí! ¡En mi cabeza! ¡En mi pecho, aleteando! —dijo el nuevo dansak’.

Nadie se movió.

Era él, el padre “Rasu-Ñiti”, renacido, con tendones de bestia tierna y el fuego del Wamani, su corriente de siglos aleteando.

“Lurucha” inventó los ritmos más intrincados, los más solemnes y vivos. “Atok’ sayku” los seguía, se elevaban sus piernas, sus brazos, su pañuelo, sus espejos, su montera, todo en su sitio. Y nadie volaba como ese joven dansak’; dansak’ nacido.

—¡Está bien! —dijo “Lurucha”—. ¡Está bien! Wamani contento. Ahistá en tu cabeza, el blanco de su espalda como el sol del medio día en el nevado, brillando.
—¡No lo veo! —dijo la esposa del bailarín.
—Enterraremos mañana al oscurecer al padre “Rasu-Ñiti”.
—No muerto. ¡Ajajayllas! —exclamó la hija menor—. No muerto. ¡Él mismo! ¡Bailando!

“Lurucha” miró profundamente a la muchacha. Se le acercó, casi tambaleándose, como si hubiera tomado una gran cantidad de cañazo.

—¡Cóndor necesita paloma! ¡Paloma, pues, necesita cóndor! ¡Dansak’ no muere! — le dijo.
—Por dansak’ el ojo de nadie llora. Wamani es Wamani.

viernes, 26 de junio de 2009

¿QUIÉN SE HA LLEVADO MI QUESO? CUENTO

¿Quién se ha llevado mi queso?
De Spencer, Johnson

ERASE UNA VEZ un país muy lejano en el que vivían cuatro personajes. Todos corrían por un laberinto en busca del queso con que se alimentaban y que los hacía felices.

Dos de ellos eran ratones, y se llamaban Oliendo y Corriendo (Oli y Corri para sus
amigos); los otros dos eran personitas, seres del tamaño de los ratones, pero que
tenían un aspecto y una manera de actuar muy parecidos a los de los humanos
actuales. Sus nombres eran Kif y Kof.

Debido a su pequeño tamaño, resultaba difícil ver qué estaban haciendo, pero si
mirabas de cerca descubrías cosas asombrosas.

Tanto los ratones como las personitas se pasaban el día en el laberinto buscando su queso favorito.

Oli y Corri, los ratones, aunque sólo poseían cerebro de roedores, tenían muy buen
instinto y buscaban el queso seco y curado que tanto gusta a esos animalitos.

Kif y Kof, las personitas, uti1izaban un cerebro repleto de creencias para buscar un tipo muy distinto de Queso - con mayúscula -, que ellos creían que los haría ser felices y triunfar.

Por distintos que fueran los ratones y las personitas, tenían algo en común: todas las mañanas se ponían su chándal y sus zapatillas deportivas, salían de su casita y se precipitaban corriendo hacia el laberinto en busca de su queso favorito.

El laberinto era un dédalo de pasillos y salas, y algunas de ellas contenían delicioso queso. Pero también había rincones oscuros y callejones sin salida que no llevaban a ningún sitio. Era un lugar en el que resultaba muy fácil perderse. Sin embargo, para los que daban con el camino, el laberinto albergaba secretos que les permitían disfrutar de una vida mejor.

Para buscar queso, Oli y Corri, los ratones, utilizaban el sencillo pero ineficaz método del tanteo. Recorrían un pasillo y si estaba vacío, daban media vuelta y recorrían el siguiente.

Oli olfateaba el aire con su gran hocico a fin de averiguar en qué dirección había que ir para encontrar queso, y Corrí se abalanzaba hacia allí. Como imaginaréis, se perdían, daban muchas vueltas inútiles y a menudo choc aban contra las paredes. Sin embargo, Kif y Kof, las dos personitas, utilizaban un método distinto que se basaba en su capacidad de pensar y aprender de las experiencias pasadas, aunque a veces sus creencias y emociones los confundían.

Con el tiempo, siguiendo cada uno su propio método, todos encontraron lo que habían estado buscando: un día, al final de uno de los pasillos, en la Central Quesera "Q", dieron con el tipo de queso que querían.

A partir de entonces, los ratones y las personitas se ponían todas las mañanas sus
prendas deportivas y se dirigían a la Central Quesera "Q". Al poco, aquello se había convertido en una costumbre para todos.

Oli y Corri se despertaban temprano todas las mañanas, como siempre, y corrían por el laberinto siguiendo la misma ruta.

Cuando llegaban a su destino, los ratones se quitaban las zapatillas y se las colgaban del cuello para tenerlas a mano en el momento en que volvieran a necesitarías. Luego, se dedicaban a disfrutar del queso.

Al principio, Kif y Kof también iban corriendo todos los días hasta la Central Quesera "Q" para paladear los nuevos y sabrosos bocados que los aguardaban.

Pero, al cabo de un tiempo, las personitas fueron cambiando de costumbres. Kif y Kof se despertaban cada día más tarde, se vestían más despacio e iban caminando hacia la Central Quesera "Q". Al fin y al cabo, sabían dónde estaba el queso y cómo llegar hasta él.

No tenían ni idea de la procedencia del queso ni sabían quién lo ponía allí.
Simplemente suponían que estaría en su lugar.

Todas las mañanas, cuando llegaban a la Quesera "Q", Kif y Kof se ponían cómodos, como si estuvieran en casa. Colgaban sus chándals, guardaban las zapatillas y se ponían las pantuflas. Como ya habían encontrado el queso, cada vez se sentían más a gusto.

-Esto es una maravilla -dijo Kif-. Aquí tenemos queso suficiente para toda la
vida.

Las personitas se sentían felices y contentas, pensando que estaban a salvo para
siempre. No tardaron mucho en considerar suyo el queso que habían encontrado en la Central Quesera "Q", y había tal cantidad almacenada allí que, poco después, trasladaron su casa cerca de la central y construyeron una vida social alrededor de ella.

Para sentirse más a gusto, Kif y Kof decoraron las paredes con frases e incluso
pintaron trozos de queso que los hacían sonreír. Una de las frases decía:

"Tener Queso Hace Feliz"

En ocasiones, Kif y Kof llevaban a sus amigos a ver los trozos de queso que se
apilaban en la Central Quesera "Q". Unas veces los compartían con ellos y otras, no.

-Nos merecemos este queso -dijo Kif -. Realmente tuvimos que trabajar muy
duro y durante mucho tiempo para conseguirlo. - Tras estas -palabras, cogió un trozo y se lo comió.

Después, Kif se quedó dormido, como solía ocurrirle. Todas las noches, las personitas volvían a casa cargadas de queso, y todas las mañanas regresaban confiadas, a por más a la Central Quesera "Q"..

Todo siguió igual durante algún tiempo. Pero al cabo de unos meses, la confianza de Kif y Kof se convirtió en arrogancia. Se sentían tan a gusto que ni siquiera advertían lo que estaba ocurriendo.

El tiempo pasaba, y Oli y Corrí seguían haciendo lo mismo todos los días.

Por la mañana, llegaban temprano a la Central Quesera "Q" y husmeaban, escarbaban e inspeccionaban la zona para ver si había habido cambios con respecto al día anterior. Luego se sentaban y se ponían a mordisquear queso.

Una mañana,, llegaron a la Central quesera "Q". y descubrieron que no había Queso. No les sorprendió. Como habían notado que las reservas de queso habían ido disminuyendo poco a poco, Olí y Corrí estaban preparados para lo inevitable e, instintivamente, enseguida supieron lo que tenían que hacer.

Se miraron el uno al otro, cogieron las zapatillas deportivas que llevaban atadas al cuello, se las calzaron y se las anudaron.

Los ratones no se perdían en análisis profundos de las cosas. Y tampoco tenían que cargar con complicados sistemas de creencias.

Para los ratones, tanto el problema como la solución eran simples. La situación en la Central Quesera "Q" había cambiado. Por lo tanto, Olí y Corrí decidieron cambiar.

Ambos asomaron la cabeza por el laberinto. Entonces, Olí alzó el hocico, husmeó y asintió con la cabeza, tras lo cual, Corrí se lanzó a correr por el laberinto y Olí lo siguió lo más de prisa que pudo.

Ya se habían puesto en marcha en busca de queso nuevo, ese mismo día, más tarde, Kif y Kof hicieron su aparición en la Central Quesera "Q". No habían prestado atención a los pequeños cambios que habían ido produciéndose y, por lo tanto, daban por sentido que su queso seguiría allí.

La nueva situación los pilló totalmente desprevenidos.

-¿Qué? ¿No hay Queso? -gritó Kif -. ¿No hay queso? -repitió muy enojado, como si
gritando fuese a conseguir que alguien se lo devolviera-. ¿Quién se ha llevado mi
queso? -bramó, indignado. Finalmente, con los brazos en jarras y el rostro enrojecido de ira, vociferó: ¡Esto no es justo!

Kof sacudió negativamente la cabeza con gesto de incredulidad. Él también había dado por supuesto que en la Central Quesera "Q" habría queso, y se quedó paralizado por la sorpresa. No estaba preparado para aquello.

Kif gritaba algo, pero Kof no quería escucharlo. No tenía ganas de enfrentarse a lo que tenía delante, así que se desconectó de la realidad.

La conducta de las personitas no era agradable ni productiva, pero sí comprensible.
Encontrar queso no había sido fácil, y para las personitas eso significaba mucho más que tener todos los días la cantidad necesaria del mismo.

Para las personitas, encontrar queso era dar con la manera de obtener lo que creían que necesitaban para ser felices. Cada una tenía, según fueran sus gustos, su propia idea de lo que significaba el queso.

Para algunas, encontrar queso era poseer cosas materiales. Para otras disfrutar de buena salud o alcanzar la paz interior.

Para Kof, el queso significaba simplemente sentirse a salvo, tener algún día una
estupenda familia y una confortable casa en la calle Cheddar.

Para Kif, significaba convertirse en un Gran Queso con otros a su cargo y tener una hermosa mansión en lo alto de las colinas Camembert.

Como el queso era muy importante para ellas, las dos personitas se pasaron mucho tiempo decidiendo qué hacer. Al principio, lo único que se les ocurrió fue inspeccionar a fondo la Central Quesera "Q" para comprobar si realmente el queso había desaparecido.

Mientras que Oli y Corri ya se habían puesto en marcha, Kif y Kof continuaban
vacilando y titubeando.

Despotricaron y se quejaron de lo injusto que era todo lo ocurrido, y Kof empezó a
deprimirse. ¿Qué sucedería si al día siguiente tampoco encontraban el queso? Había hecho muchos planes para el futuro basados en aquel queso.

Las personitas no daban crédito a lo que veían. ¿Cómo podía haber ocurrido aquello? Nadie las había avisado. No estaba bien. Se suponía que esas cosas no tenían que pasar.

Aquella noche, Kif y Kof volvieron a casa hambrientos y desanimados; pero, antes de marcharse de la Central Quesera "Q", Kof escribió en la pared:

"Cuanto más importante es el
queso para uno, más se desea
conservarlo"

Al día siguiente, Kif y Kof salieron de sus respectivas casas y volvieron a la Central Quesera "Q", donde esperaban encontrar, de una manera o de otra, su queso.

Pero la situación no había cambiado: el queso seguía sin estar allí. Las personitas no sabían qué hacer. Kif y Kof se quedaron paralizados, inmóviles como estatuas.

Kof cerró los ojos lo más fuerte que pudo y se tapó los oídos con las manos. Quería
desconectar de todo. Se negaba a reconocer que las reservas de queso habían ido
disminuyendo de manera gradual. Estaba convencido de que habían desaparecido de repente.

Kif analizó la situación una y otra vez, y, al final, su complicado cerebro dotado de un enorme sistema de creencias empezó a funcionar.

-¿Por qué me han hecho esto? -se preguntó-. ¿Qué está pasando aquí?

Kof abrió los ojos, miró a su alrededor e inquirió:

-Por cierto, ¿dónde están Oli y Corri ? ¿Crees que saben algo que nosotros no
sabemos?
-¿Qué quieres que sepan? - espetó Kif en tono de desprecio -. No son más que
ratones.

Reaccionan ante lo que ocurre. Nosotros somos personitas, somos especiales.
Tendríamos que ser capaces de dar con la solución. Además, merecemos mejor suerte que ellos. Esto no debería ocurrirnos, y si nos ocurre, al menos tendríamos que recibir una compensación.

-¿Por qué tendríamos que recibir una compensación? -quiso saber Kof.

-Porque tenemos derecho.

-¿Derecho a qué? -preguntó Kof.

-Tenemos derecho a nuestro queso.

-¿Por qué? -insistió Kof.

-Porque este problema no lo hemos causado nosotros -respondió Kif-, Alguien ha
provocado esta situación y nosotros tenemos que sacar algún provecho de ella.

-Tal vez sería mejor no analizar tanto la situación. Lo que deberíamos hacer es
ponernos en marcha de inmediato y buscar queso nuevo -Sugirió Kof.

-Oh, no -repuso Kif-. Voy a llegar al fondo de todo esto. Mientras Kif y Kof seguían
discutiendo lo que debían hacer, Oli y Corri ya se habían puesto en marcha y habían recorrido muchos pasíllos, buscando queso en todas las centrales queseras que encontraban en su camino.

No pensaban en otra cosa que no fuera encontrar queso nuevo. Pasaron mucho tiempo sin encontrar nada hasta que, al final, llegaron a una zona del laberinto en la que nunca habían estado: la Central Quesera "N".

Al entrar profirieron un grito de alegría. Habían encontrado lo que estaban buscando: una gran reserva de queso.

No podían dar crédito a sus ojos. Era la cantidad más grande de queso que los ratones habían visto en toda su vida.

Mientras, Kif y Kof seguían en la Central Quesera "Q" evaluando la situación.
Empezaban a sufrir los efectos de la falta de queso. Cada vez estaban más frustrados y enfadados, y se culpaban el uno al otro de la situación en la que se hallaban.

De vez en cuando, Kof se acordaba de sus amigos los ratones, y se preguntaba sí Oli y Corri ya habrían encontrado Queso. Pensaba que debían de estar pasando momentos muy duros, porque correr por el laberinto siempre conllevaba incertidumbre, pero también sabia que no estarían en apuros mucho tiempo.

A veces Kof imaginaba que Oli y Corri habían encontrado queso nuevo y los veía
disfrutando de él. Pensaba en lo bien que le sentaría andar a la aventura por el
laberinto y encontrar un nuevo queso. Casi podía saborearlo.

Cuanto más clara era la imagen que Kof tenía de sí mismo encontrando y probando el nuevo queso, más ganas le entraban de marcharse de la Central Quesera "Q".

- ¡Vámonos ! -exclamó de repente.
-No -replicó Kif rápidamente -. Estoy bien aquí, es un lugar cómodo y conocido.
Además, salir ahí fuera es peligroso.
-No, no lo es - repuso Kof-. Hemos recorrido ya muchas zonas del laberinto, y
podemos hacerlo otra vez.
- Soy demasiado viejo para eso - dijo Kif -. Y no tengo ningún interés en perderme ni en engañarme a mi mismo. ¿Tú sí?.
Estas palabras hicieron que Kof volviera a sentir miedo al fracaso, y sus esperanzas de encontrar queso nuevo se desvanecieron.

Así que las personitas siguieron haciendo todos los días lo mismo que habían hecho hasta entonces: ir a la Central Quesera "Q", no encontrar queso y volver a casa, llevando consigo sus desasosiegos y frustraciones.

Intentaron negar lo que estaba ocurriendo, pero cada vez les costaba más conciliar el sueño, y por la mañana tenían menos energía y estaban más irritables.

Sus casas no eran los sitios acogedores que habían sido. Las personitas sufrían de
insomnio, y cuando conseguían dormir tenían pesadillas en las que no encontraban el queso.

Pero Kif y Kof seguían volviendo todos los días a la Central Quesera "Q" y, una vez allí, se limitaban a esperar.

-Si nos esforzáramos un poco -dijo Kif -, tal vez descubriríamos que en realidad las cosas no han cambiado tanto. Es probable que el queso esté cerca. Quizás está
escondido detrás de la pared.
Al día siguiente, Kif y Kof volvieron con herramientas. Kif sujetó el cincel y Kof golpeó con el martillo hasta que hicieron un agujero en la pared de la Central Quesera "Q". Miraron a través de él, pero no encontraron el queso.

Se sintieron decepcionados, pero creían que podían solucionar el problema. Por eso empezaban a trabajar más temprano, lo hacían con más ahínco y acababan más tarde, pero lo único que consiguieron fue tener un enorme agujero en la pared.

Kof empezó a comprender la diferencia entre actividad y productividad.

-Tal vez -dijo Kif -, lo único que deberíamos hacer es quedarnos sentados y ver qué
pasa. Tarde o temprano, tendrán que volver a poner el queso.

Kof quería creer que Kif tenía razón, así que todas las noches se iba a casa a descansar y a la mañana siguiente volvía con su amigo, de mala gana, a la Central Quesera "Q", pero el queso seguía sin aparecer.

Las personitas estaban cada vez más débiles debido al hambre y al estrés. Kof
empezaba a cansarse de esperar que la situación mejorase.

Comenzaba a comprender que cuanto más tiempo estuvieran sin queso, peor se
encontrarían.

Kof sabía que estaban perdiendo la agudeza. Finalmente, un día Kof empezó a reírse de sí mismo. "Mírate, Kof, mírate - se decía -. Cada día hago las mismas cosas, una y otra vez, y me pregunto por qué la situación no mejora. Si esto no fuera tan ridículo, sería incluso divertido."

A Kof no le gustaba la idea de tener que correr de nuevo por el laberinto, porque sabia que se perdería y no tenía ninguna certeza de que fuera a encontrar más queso, pero, al ver lo estúpido que se estaba volviendo por culpa del miedo, tuvo que reírse de si mismo, -¿Dónde has puesto nuestros chándals y las zapatillas deportivas? -le preguntó a Kif.

Tardaron mucho tiempo en dar con ellos porque, cuando tiempo atrás habían
encontrado queso en la Central Quesera "Q", los habían guardado al fondo del todo pensando que ya no los necesitarían nunca más.

Cuando Kif vio a su amigo poniéndose el chándal, le preguntó:

-No irás a salir al laberinto otra vez, ¿verdad? ¿Por qué no te quedas aquí conmigo, esperando que devuelvan el queso?
-Mira, Kif, no entiendes lo que pasa. Yo tampoco quería verlo, pero ahora me doy
cuenta de que ya no nos devolverán aquel queso. Ese queso pertenece al pasado y ha llegado la hora de encontrar uno nuevo.
-Pero ¿y si no hay más? -repuso Kif-. Y aun en caso de que haya, ¿y si no lo
encuentras?
- No lo sé -respondió Kof.
Se había formulado miles de veces esas dos preguntas y empezó a sentir de nuevo el miedo que lo paralizaba.

Luego empezó a pensar en encontrar un queso nuevo y en todas las cosas buenas que eso significaría.

Entonces hizo acopio de fuerzas y dijo:

- A veces, las cosas cambian y nunca vuelven a ser como antes. Creo que estamos en una situación de este tipo, Kif. ¡ Así es la vida ! La vida se mueve y nosotros también debernos hacerlo.

Kof miró a su demacrado compañero e intentó hacerlo entrar en razón, pero el miedo de Kif se había convertido en ira y no quiso escucharle.

Kof no quería ser brusco con su amigo, pero no pudo evitar reírse de lo estúpidamente que ambos se estaban comportando.

Mientras Kof se preparaba para salir, empezó a sentirse más vivo al tomar conciencia de que por fin era capaz de reírse de sí mismo, vencer el miedo y seguir adelante.

-¡Ha llegado el momento de volver al laberinto! -anunció.
Kif no se rió ni reaccionó.
Kof cogió una pequeña piedra afilada y escribió un pensamiento serio en la pared para que su amigo reflexionase sobre él. Tal como tenía por costumbre, Kof incluso dibujó un trozo de queso alrededor de las palabras con la esperanza de hacer sonreír a Kif y de animarlo a buscar un nuevo queso, pero su amigo no quiso mirar.

En la pared se leía:

"Sin no cambias te extingues"

A continuación, Kof asomó la cabeza y observó el laberinto con ansiedad.

Pensó en cómo había llegado a aquella situación de carencia de queso.

Había creído que posiblemente no hubiera queso en el laberinto o que no iba a ser
capaz de encontrarlo. Aquellos pensamientos llenos de miedo lo estaban paralizando y acabarían por matarlo.

Kof sonrió. Sabía que Kif se estaba preguntando: "¿Quién se ha llevado mi queso?", pero lo que él se preguntaba era: "¿Por qué no me puse en marcha antes, por qué no me moví cuando lo hizo el queso?".

Al adentrarse en el laberinto, Kof miró hacia atrás, consciente de la comodidad del espacio que dejaba, y se sintió atraído hacia aquel territorio conocido pese a que llevaba mucho tiempo allí sin encontrar queso.

Kof se sentía cada vez más angustiado, y se preguntó si realmente quería volver al
laberinto. Escribió una frase en la pared que tenía delante y se quedó un rato
mirándola.

"¿ Qué harías si no tuvieses miedo ?"

Pensó en ello.

Sabía que, a veces, un poco de miedo es bueno. Cuando tienes miedo de que las cosas empeoren si no haces algo, el miedo puede incitarte a la acción. Pero, cuando te impide hacer algo, el miedo no es bueno.

Miró hacia la derecha. Era una zona del laberinto en la que nunca había estado y sintió miedo. Entonces, respiró hondo y se adentró en el laberinto, avanzando con paso veloz hacia lo desconocido.

Mientras intentaba encontrar el buen camino, lo primero que pensó fue que tal vez se habían quedado esperando demasiado tiempo en la Central Quesera "Q". Hacía tanto tiempo que no comía queso que se encontraba débil. Recorrer el laberinto le exigió

más tiempo y esfuerzo de lo acostumbrado. Decidió que si alguna vez volvía a pasarle algo parecido; se adaptaría al cambio más deprisa. Eso facilitaría las cosas.

"Más vale tarde que nunca", se dijo con una exangüe sonrisa.

Durante los días sucesivos, Kof encontró un poco de queso aquí y allá, pero no eran cantidades que durasen mucho tiempo. Esperaba encontrar una buena ración para llevársela a Kif y animarlo a que volviera al laberinto.

Pero Kof todavía no había recuperado la suficiente confianza en sí mismo. Tuvo que admitir que se desorientaba en el laberinto. Las cosas parecían haber cambiado desde la última vez que había estado allí.

Justo cuando pensaba que había encontrado la dirección correcta, se perdía en los pasillos. Era como si diera dos pasos adelante y uno atrás. Era todo un reto, pero tuvo que admitir que volver a recorrer el laberinto en busca de queso no era tan terrible como había temido.

Con el paso del tiempo, empezó a preguntarse si la esperanza de encontrar queso
nuevo era realista. ¿No sería un sueño?: De inmediato se echó a reír, al darse cuenta de que llevaba tanto tiempo sin dormir que era imposible que soñase.

Cada vez que empezaba a desalentarse, se recordaba a sí mismo que lo que estaba
haciendo, por incómodo que le resultase en aquel momento, era mucho mejor que
quedarse de brazos cruzados sin queso. Estaba tomando las riendas de su vida en vez de dejar simplemente que las cosas ocurrieran.

Luego se recordó que si Oli y Corri eran capaces de aventurarse, él también lo era.

Más tarde, Kof reconstruyó los hechos y llegó a la conclusión de que el queso de la
Central Quesera "Q" no había desaparecido de la noche a la mañana, como había
creído al principio. En los últimos tiempos, había cada vez menos queso y además, el que quedaba, ya no sabia tan bien.

Tal vez el queso había empezado a enmohecerse y él no lo había notado. Tuvo que
admitir, sin embargo, que si hubiera querido se habría percatado de lo que estaba
ocurriendo. Pero no lo había hecho.

En aquel momento comprendió que el cambio no lo habría pillado por sorpresa si se hubiera fijado en que este se iba produciendo gradualmente y lo hubiese previsto.
Quizás era eso lo que Oli y Corri habían hecho.

Se detuvo a descansar y escribió en la pared del laberinto:

Huele el queso a menudo para
saber cuándo empieza a
enmohecerse

Cuando llevaba sin encontrar queso durante un tiempo que le pareció muy largo, Kof llegó a una inmensa Central Quesera que tenía un aspecto prometedor. Pero cuando entró sufrió una gran decepción al ver que estaba totalmente vacía.

"Ya he tenido esta sensación de vacío con demasiada frecuencia", pensó, con ganas de abandonar la búsqueda.

A Kof empezaban a flaquearle las fuerzas. Sabía que estaba perdido y temíá no
sobrevivir. Pensó en dar marcha atrás y regresar a la Central Quesera "Q". Al menos,

si lo conseguía y Kif estaba aún allí, no se sentiría tan solo.
formularse la misma pregunta de antes: Entonces volvió a "¿Qué haría si no tuviera miedo?", Tenía miedo más a menudo de lo que estaba dispuesto a admitir. No siempre estaba seguro de qué era lo que le daba miedo, pero en aquel estado de debilidad supo que tenía miedo de seguir avanzando solo.

Kof no se percataba, pero se estaba quedando atrás por culpa de sus miedos.

Se preguntó si Kif se habría movido o seguiría paralizado por sus miedos. Entonces, Kof recordó las ocasiones en que se había sentido más a gusto en el laberinto.
Siempre habían sido felices estando en movimiento. Escribió una frase en la pared, sabiendo que era tanto un recordatorio para sí mismo como una señal por si su compañero Kif se decidía a seguirlo:

“Avanzar en una dirección nueva a
encontrar un nuevo queso”

Kof miró el oscuro corredor y fue consciente de su miedo. ¿Qué le esperaba ahí
dentro? ¿Estaba vacío? O peor aún: ¿había peligros escondidos? Empezó a imaginar todo tipo de cosas aterradoras que podían ocurrirle. Cada vez sentía más pavor.

Entonces se rió de sí mismo. Comprendió que lo único que hacían sus miedos era
empeorar las cosaas. Por eso, hizo lo que hubiera hecho de no tener miedo: avanzó en una nueva dirección.

Cuando empezó a correr por el oscuro pasillo, una sonrisa se dibujó en sus labios. Kof todavía no lo comprendía, pero estaba descubriendo lo que alimentaba su alma. Se sentía libre y tenía confianza en lo que le aguardaba, aunque no supiera exactamente qué era.

Para su sorpresa, vio que cada vez se lo pasaba mejor.

"¿Por qué me siento tan bien? -se preguntó -. No tengo ni una pizca de queso ni sé
hacia dónde voy."

No tardó en comprender por qué se sentía de aquel modo. Y se entretuvo para escribir de nuevo en la pared:

“Cuando dejas atrás el miedo, te
sientes libre”

Kof comprendió que había sido prisionero de su propio miedo. Avanzar en una
dirección nueva lo había liberado.

En ese momento notó la brisa que corría por aquella parte del laberinto y le pareció refrescante. Respiró hondo unas cuantas veces y se sintió revitalizado. Después de haber dejado atrás el miedo, todo resultó mucho más agradable de lo que él había pensado que seria.

Hacía mucho tiempo que no se sentía de aquella manera. Casi habla olvidado lo
divertido que era.

Para que todo fuera aún mejor, Kof empezó a hacer un dibujo en su mente. Se veía
con todo detalle y gran realismo, sentado en medio de un montón de sus quesos
favoritos, desde el cheddar hasta el brie. Se vio comiendo de todos los quesos que le gustaban y disfrutó con lo que vio. Luego imaginó lo felicísimo que lo harían todos aquellos sabores.

Cuanto más clara veía la imagen del nuevo queso, más real se volvía y más presentía que iba a encontrarlo.

Kof escribió de nuevo en la pared:

“Imaginarse disfrutando el queso
nuevo antes incluso de
encontrarlo, conduce hacia el.”

" ¿Por qué no lo había hecho antes?", se preguntó.

Entonces, echó a correr por el laberinto con más energía y agilidad. Al poco localizó otra Central Quesera en cuya puerta vio, con gran excitación, unos pedacitos de un nuevo queso.

Vio tipos de queso que no conocía pero que tenían un aspecto fantástico. Los probó y le parecieron deliciosos. Comió de casi todos y se guardó unos trozos en el bolsillo para más tarde y quizá para compartirlos con su amigo Kif. Empezó a recuperar las fuerzas.

Entró en la Central Quesera muy excitado, pero, para su consternación, descubrió que estaba vacía. Allí ya había estado alguien y sólo había dejado unos pedazos pequeños del nuevo queso.

Comprendió que si se hubiera movido antes, con toda probabilidad, habría encontrado allí más cantidad de queso.

Kof decidió volver atrás y averiguar si Kif estaba dispuesto a acompañarlo. Mientras desandaba el camino, se detuvo y escribió en la pared:

“Cuanto antes se olvida el queso
viejo, antes se encuentra el nuevoqueso”

Al cabo de un rato, Kof llegó a la Central Quesera "Q" y encontró allí a Kif. Le ofreció unos pedazos de queso, pero su amigo los rechazó.

Kif le agradeció el gesto, pero dijo:

-No creo que me guste ese nuevo queso. No estoy acostumbrado a él. Yo quiero que
me devuelvan mi queso, y no voy a cambiar de actitud hasta que eso ocurra.
Kof sacudió la cabeza, decepcionado, y volvió a salir solo. Mientras regresaba al punto más alejado del laberinto al que había llegado, aunque echaba de menos a su amigo, le gustaba lo que iba descubriendo. Incluso antes de encontrar lo que esperaba que fuese una gran reserva de queso nuevo, sí es que llegaba a encontrarla, sabía que no era sólo tener queso lo que le hacía sentirse feliz.
Se sentía feliz porque no lo dominaba el miedo y porque le gustaba lo que estaba
haciendo en aquellos momentos.

Al darse cuenta de ello, no se sintió tan débil como cuando estaba sin queso en la
Central Quesera "Q". El mero hecho de saber que no permitía que el miedo lo
paralizase y que había tomado una nueva dirección le daba fuerzas.

En esos instantes supo que encontrar lo que necesitaba era sólo cuestión de tiempo.
De hecho, ya había encontrado lo que buscaba.

Sonrió y escribió en la pared:

“Es más seguro buscar en el
laberinto que quedarse de brazos
cruzados sin queso”

Kof advirtió de nuevo, como ya había hecho antes, que lo que nos da miedo nunca es tan malo como imaginamos. El miedo que dejamos crecer en nuestra mente es peor que la situación real.

Había temido tanto no encontrar queso que ni siquiera se había atrevido a buscarlo.
Sin embargo, desde que había empezado el recorrido había encontrado queso
suficiente para, sobrevivir. Y esperaba encontrar más. Mirar hacia delante era
excitante.

Su antigua manera de pensar se había visto afectada por temores y preocupaciones.
Antes pensaba en la posibilidad de no tener bastante queso o de que no le durase el tiempo necesario.

Solía pensar más en lo que podía ir mal que en lo que podía ir bien. Pero eso había
cambiado desde que dejó la Central Quesera "Q".

Antes pensaba que el queso no debía moverse nunca de su sitio y que los cambios no eran buenos.

Ahora veía que era natural que se produjeran cambios constantes, tanto si uno los
esperaba como si no. Los cambios sólo podían sorprenderte si no los esperabas ni
contabas con ellos.

Cuando advirtió que su sistema de creencias había cambiado, hizo una pausa para escribir en la pared:

“Las viejas creencias no conducen
al nuevo queso”

Kof todavía no había encontrado nada de queso, pero mientras corría por el laberinto pensó en lo que había aprendido hasta entonces.

Advirtió que las nuevas creencias estimulaban conductas nuevas. Se estaba
comportando de manera muy distinta que cuando volvía día tras día a la misma
Central Quesera vacía.

Supo que, al cambiar de creencias, había cambiado de forma de actuar. Todo dependía de lo que decidiera creer. Escribió de nuevo en la pared:

“Cuando ves que puedes
encontrarnuevo queso y disfrutar
de él, cambias de trayectoria”

Kof supo que, si hubiera aceptado antes el cambio y hubiese salido enseguida de la Central Quesera "Q". ahora se encontraría mucho mejor. Se sentiría más fuerte física y mentalmente y habría afrontado mejor el reto de buscar un nuevo queso. En realidad, si hubiera previsto el cambio, en vez de perder el tiempo negando que este se había producido, probablemente ya habría encontrado lo que buscaba.

Hizo acopio de fuerzas y decidió explorar las zonas más desconocidas del laberinto.
Encontró pedazos de queso aquí y allá, y recuperó el ánimo y la confianza en si mismo.

Mientras pensaba en el camino que llevaba recorrido desde que había salido de la
Central Quesera "Q", se alegró de haber escrito frases en diversos puntos. Esperaba que esas frases le indicaran el camino a Kif si este decidía salir en busca de queso.

Se detuvo y escribió en la pared lo que llevaba tiempo pensando:

“Notar en seguida los pequeños
cambios ayuda a adaptarse a los
cambios más grandes que están
por llegar.”

En esos momentos, Kof ya se había liberado del pasado y se estaba adaptando al
futuro. Avanzó por el laberinto con más energía y a mayor velocidad. Y al poco, lo que estaba esperando ocurrió.

Cuando ya le parecía que llevaba toda la vida en el laberinto, su viaje (o al menos
aquella parte del viaje) terminó rápida y felizmente.

¡Encontró un nuevo queso en la Central Quesera "N".!

Al entrar, se quedó pasmado por lo que vio. Había las montañas más grandes de
queso que hubiera visto jamás. No los reconoció todos, ya que algunos eran
totalmente nuevos para él.

Por unos momentos se preguntó si aquello era real o sólo producto de su imaginación, pero entonces vio a Oli y Corri. Oli le dio la bienvenida con un movimiento de la cabeza, y Corri lo saludó con la pata. Sus abultadas barriguitas indicaban que llevaban allí mucho tiempo. Kof les devolvió el saludo y enseguida se puso a probar sus quesos favoritos. Se quitó las zapatillas y el chándal y lo dobló cuidadosamente, dejándolo a su lado por si lo necesitaba de nuevo. Cuando hubo comido hasta la saciedad, cogió un pedazo del nuevo queso y lo alzó hacia el cielo en señal de brindis.

--¡Por el cambio!

Mientras saboreaba el nuevo queso, Kof pensó en todo lo que había aprendido. Se
percató de que, mientras había tenido miedo del cambio, se había aferrado a la ilusión de un queso viejo que ya no existía.

¿Qué lo había hecho cambiar? ¿Había sido el miedo a morir de hambre?
"Bueno, eso también ha contribuido", se dijo Kof.

Entonces se echó a reír y se dio cuenta de que había empezado a cambiar cuando
había aprendido a reírse de sí mismo y de lo mal que estaba actuando. Advirtió que la manera más rápida de cambiar es reírse de la propia estupidez. Después de hacerlo, uno ya es libre y puede seguir avanzando.

Supo que había aprendido algo muy útil de Oli y Corri, sus amigos los ratones, sobre el hecho de avanzar. Los ratones llevaban una vida simple. No analizaban en exceso ni complicaban demasiado las cosas. Cuando la situación cambió y el queso se movió de sitio, ellos hicieron lo mismo. Kof prometió no olvidar eso.

Entonces utilizó su maravilloso cerebro para hacer algo que las personitas pueden hacer mejor que los ratones. Reflexionó sobre los errores cometidos en el pasado y los utilizó para trazar un plan para su futuro. Supo que uno podía aprender a convivir con el cambio.

Uno podía ser más consciente de la necesidad de conservar las cosas sencillas, ser más flexible y moverse más deprisa.

No servía de nada complicar las cosas o confundirse a uno mismo con creencias que dan miedo. Si uno advertía cuándo empezaban a producirse los cambios pequeños, estaría más preparado para el gran cambio que antes o después seguramente se produciría.

Kof se dio cuenta de que era necesario adaptarse deprisa. porque si uno no lo hacía, tal vez no podría adaptarse jamás.

Tuvo que admitir que el inhibidor más grande de los cambios está dentro de uno
mismo y que las cosas no mejoran para uno mientras uno no cambia. Pero lo más
importante de todo era que, cuando te quedabas sin el queso viejo, en otro lugar
siempre había un nuevo queso, aunque en el momento de la pérdida no lo vieras. Y que te verías recompensado con ese queso nuevo tan pronto como dejabas atrás los miedos y disfrutabas con la aventura de la búsqueda.

Supo que el miedo es algo que uno debe respetar, ya que te aparta del peligro
verdadero, pero advirtió que casi todos sus miedos eran irracionales y que lo habían apartado del cambio, cuando lo que él realmente necesitaba era cambiar.

Cuando se produjo el cambio, no le había gustado, pero ahora comprendía que había sido una bendición, ya que lo había llevado a encontrar un queso mejor.

Incluso había encontrado una parte mejor de sí mismo. Mientras Kof pasaba revista a lo que había aprendido, se acordó de su amigo Kif. Se preguntó si habría leído algunas de las frases que había escrito en las paredes de la Central Quesera "Q" y del laberinto.

¿Habría decidido liberarse del miedo y salir de la quesera? ¿Habría entrado en el
laberinto y descubierto que su vida podía ser mejor?

Kof pensó en la posibilidad de volver, a la Central Quesera "Q" y tratar de encontrar a Kif, suponiendo que diera con el camino de vuelta hacia allí. Si encontraba a su amigo, tal vez podría enseñarle la manera de salir del apuro. Pero después se dio cuenta de que ya había intentado que su amigo cambiara.

Kif tenía que encontrar su propio camino, prescindiendo de las comodidades y dejando los miedos atrás. Nadie podía hacerlo por él, ni convencerlo de que lo hiciera. De una manera u otra, tenía que ver por si mismo las ventajas de cambiar.

Kof sabía que había dejado un buen rastro por el camino para que Kif lo siguiera. Lo único que este tenía que hacer era leer las frases que él había escrito en la pared.

Se dirigió hacia la pared más grande de la Central Quesera "N" y escribió un resumen de todo lo que había aprendido. A continuación dibujó un gran pedazo de queso alrededor de todos los pensamientos que se le habían hecho evidentes , y sonrió al contemplar el conjunto.

• El cambio es un hecho.
• El queso se mueve constantemente.
• Prevé el cambio.
• Permanece alerta a los movimientos del queso.
• Controla el cambio.
• Huele el queso a menudo para saber si está enmoheciendo.
• Adáptate rápidamente al cambio
Cuanto antes se olvida el queso viejo, antes se disfruta del nuevo.
• ¡ Cambia !.
• Muévete cuando se mueve el queso.
• ¡ Disfruta del cambio !.
• Saborea la aventura y disfruta del nuevo queso.

• Prepárate para cambiar rápidamente y disfrutar otra vez.
• El queso se mueve constantemente.
Kof advirtió lo lejos que había llegado desde que saliera de la Central Quesera "Q" en la que había dejado a Kif, pero supo que le sería fácil cometer el mismo error si no estaba atento. Así pues, todos los días inspeccionaba la Central Quesera "N" para saber en qué estado se encontraba el queso. Iba a hacer todo lo posible para impedir que el cambio lo pillase desprevenido.

Aún quedaba mucho queso, pero Kof salía a menudo al laberinto y exploraba nuevas zonas para estar en contacto con lo que ocurría a su alrededor. Advertía que era más seguro estar al corriente de sus posibilidades reales que aislarse, en su zona segura y confortable.

De pronto le pareció oír ruido de movimiento en el laberinto. El ruido era cada vez más fuerte, y advirtió que se acercaba alguien.

¿Seria Kif? ¿Estaría a punto de doblar la esquina?

Kof rezó una oración y esperó, como tantas veces había hecho, que su amigo
finalmente hubiese sido capaz de ...

¡ Moverse con el queso y disfrutarlo !

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